LOS GOCES DE LA LENGUA
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El mundo de los antojos es infinito. Hay quienes se restringen de degustarlos porque respetan dietas o contratos, pero nada debe impedirte mirar el menú; y mucho menos los postres. ¿Qué se te antoja? ¿Quieres un bizcochito, un bombón?
En tiempos remotos, los helenos y los romanos estimulaban sus sentidos fornicando, comiendo o bebiendo en interminables fiestas. En El Banquete de Platón los filósofos develan los enigmas del amor mientras los comensales se agasajan con espléndidos manjares. Siglos más tarde Marcel Proust –el narrador que más admiro- sopearía en chocolate una magdalena y ese simple hecho lo llevaría a las hondas nostalgias y a construir un extenso y fascinante mundo literario en un intento de recuperar el tiempo perdido.
Los antiguos sabios del siglo cuatro antes de Cristo propusieron un modelo insuperable del arte del buen vivir. Por las mañanas, levantarse y ejercitar los cuerpos enfrentándose a otros en las viriles luchas greco-romanas. Cuerpo sano, mente sana. No, yo paso, reparé de inmediato. Prefiero tener una mente sucia y una panza búdica. Lo que sí acataba como si fuesen preceptos de religión mahometana era el ejercicio del pensamiento, la disertación filosófica y los torneos poéticos en el Ágora. No se trata de ser Sócrates ni que los amigos fueran Aristófanes o Pitágoras, pero en torno a una mesa de café, ah las aromosas costumbres del café, se pueden discutir con pasión los temas periodísticos del día a los que hay que someter a una disección crítica implacable y ensayar sobre las razones socio históricas de esos acontecimientos donde sempiternamente se asomaba “el aciago fulgor de la desdicha”.
De ahí, un poco más tarde, se continuaba con el banquete donde las viandas se mostraban con la generosidad de las cornucopias derramadas en frutos. El grupo se trasladaba a los restaurantes especializados en cocina árabe, catalana, libanesa, china, fenicia, argentina, peruana u oaxaqueña. Las libaciones ahí comenzaban generosamente, acompañándose con músicas que remitían a países lejanos y a estados anímicos levemente exaltados. Una de las felicidades más altas es la que sucede mientras se come hojas de parra, kipe de pescado, berenjenas rellenas, pato almendrado, fideos de arroz con abulón, carne con hojas de trébol y limones secos, mole amarillo, tacos de chapulines y dulces de pistachos, agua de rosas y arándanos, nieve de cardamomo, provocando que los paladares vírgenes descubrieran los exóticos sabores por primera vez. El tintineo de las cucharas y los tenedores, el sonido cristalino de las copas, las tazas, los platos, el bullir de las ollas y el chirriar de los cortes en los sartenes, la risa y los diálogos de los comensales convertían ese disfrute en música excelsa. Y los aromas que se desprenden de pronto cuando se levanta la tapa de las ollas del arroz, de los guisos y los caldos, esos vapores que inundan las atmósferas nos devuelven a las felicidades primitivas de cuando andábamos en cuatro patas y el mundo existía porque lo olíamos, y la vista aún no había logrado la supremacía entre los sentidos. Y ese goce olfatorio y degustativo que sucede en las cocinas debe ir sugiriendo una suave y cálida, e irremediable transición hacia la alcoba.
Todo lo que comienza entre manteles debe terminar entre las sábanas. Pero antes un preámbulo. Hay que pasar a la sala. Terminada ya la comida se extiende la sobremesa con licores y cafés, charlas, músicas y danzas. La variedad es infinita y lo aconsejable es dejarse llevar, no imponer sus gustos sino disfrutar los de la pareja, y los de los otros.
Todas las artes –y cada corriente de cada disciplina artística – sucumben al encantamiento del fenómeno amoroso; y cada una de ellas intenta capturar y volver legendaria una de sus infinitas maneras de hechizarnos. Esto también lo intentan las canciones.
Las canciones han sido uno de los vehículos más favorecidos para comunicar el mundo afectivo de las personas. Hay tantas canciones como instantes amorosos en cada circunstancia peculiar. Cada uno de nosotros, en este momento, podríamos componer una canción –si tuviéramos el talento necesario-, una canción que expresara con verdad y elegancia los sucesos de nuestro corazón por más turbulentos o felices que estuvieran.
Una canción no es simplemente las palabras o las músicas que la componen, sino el gozo de decirlas de un modo personal y apasionado. El tono es definitivo para que lo enredos del corazón muestren los afectos de los que están hechos: dolor, felicidad, burla, agresión, sarcasmo, ironía, susurros de enamorado, ardor, devastación, etc.
La canción no se conforma con la sonoridad de las palabras que pueden ser música por sí mismas; la canción llama a los instrumentos musicales para que se mezclen y fundan en un intento de hallar el ritmo, el tono y la interpretación con que se quiere sacudir a la susodicha o a la interpósita persona, objeto de nuestro desasosiego o nuestras ilusiones.
Con la canción la lengua goza. Cuando cantes, comas, mames o ames vuela en la liviana música de la felicidad.
Desde la música regional, rancheras, cumbias, pop, reguetones, hasta la world music de Budha Bar, el chello de Yo – Yo Ma, los clásicos de Annie Lenox, el poderío seductor de Nina Simone, la poesía de Leonard Cohen, los ondulantes ritmos de Café Anatolia, el lounge o chill out. Y es que las músicas te llevaban a las selvas de Ghana y Senegal, a orillas de Copacabana en Río de Janeiro, a los salones de baile de los pachucos en Los Ángeles, al night club del hotel Marmara de Estambul desde donde se mira el Bósforo. Y las bebidas, desde el sotol, bacanora, tequila, vodka, raki turco, etc., que te hunden en ti mismo hasta volverte único, es decir, universal, y otros brebajes rudos que te hacen conocer el animal que eres, hasta el sofisticado y añejo vino tinto que al servirse lo atraviesa una ráfaga sutil de fuego. A veces, un churro de mota. Y ya en su punto, pasar a los aposentos. Y ahí, desatarse.
Todo encuentro de la pareja es de por sí una fiesta, ponle los ingredientes para convertirla en una bacanal, en una orgía, en un harem, en un spa, en una casa de citas donde atiendan geishas… que haya en tu orgía besos y champagne y cuando sirvas o te sirvan tu copa, toma un pequeñísimo sorbo y dáselo a probar de tus labios. Besar a nuestro amante es como degustar el primer bocado de un manjar. Para besar bien hay que saborear, y morder, y chupar, y succionar... igual que cuando comemos. ¿Y por qué no mezclar ambos placeres? Dale a tu amante a probar de tus labios los manjares que con él, ella, compartes.
Busca que se crucen en su mejor momento el saboreo de la comida y del sexo. La cama y la mesa son espacios en los que es necesario innovar y sorprender para avivar el deseo. El recurso al vino o al champán siempre resulta eficaz pero lo que de verdad le hará estremecerse de placer será probarlos en tu boca.
La persona que disfrutas es lo que tú quieres que sea, pero procura que muchas veces sea el huerto de tus excesos, el alfabeto infinito de los deseos, la capital de tus pecados. Trata a los alimentos y al cuerpo de tu amante de forma exquisita, con delicadeza y sensualidad. Usa un cubito de hielo para besar la boca o el sexo de nuestra pareja. Proponte seducir con la comida en la mesa y luego al llevártela a la cama, enciende, materializa y alarga la relación sexual. Ten el mejor sexo con lo que tienes, y tener a nuestra pareja es una de las más altas bendiciones que alguien puede agradecer, porque como canta María Elena Walsh:
…se puede tener mucho pero no tener con quién.
Uno manchado de vino
qué señal de gozo es
y la otra humedecida
con rocío de querer
¡que no le falten a nadie
en este mundo tan cruel!
Autor: Alfredo Espinosa
Fuente: eldiariodechihuahua.mx
manuelgandaras@hotmail.com
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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