Por: J. M. Rentería
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Un cuento
Por Jesús Manuel Rentería
--¿y bien, en que puedo servirle? Pregunta con seriedad el apuesto joven de un poco más de 20 años de edad.
Es alto y de complexión fuerte. Bajo la sudadera se adivina un físico cincelado en horas de trabajo en el gimnasio en agotadoras rutinas. Pectorales cuadrados. Trapecios, bíceps y tríceps que dan cuenta de incontables repeticiones en la barra y mancuernas. Ojos negrísimos ligeramente más separados de lo normal. Cejas pobladas. Naríz recta y labios carnosos y sensuales. Tez morena y mentón obscurecido por la barba del día que le da un toque decididamente varonil.
--Es difícil de explicar, contesta el hombre sentado frente a él en la pequeña mesa de la cafetería de la facultad. Es un señor de unos 50 años de edad. Tiene el aspecto de un empleado o funcionario de gobierno. Viste un disc reto traje negro. Pelo entrecano. Ojos que no pueden ocultar una gran pena. Mirada noble y voz pausada y firme.
--Le escucho, lo apura el joven
--Verá usted, inicia el hombre, mi esposa, que está en aquella mesa, --y señala con la mirada de una dama que nerviosamente se estruja las manos— y yo tenemos una hija de edad similar a la suya, sólo que ella tiene una rara enfermedad y su muerte es cuestión de pocas semanas, cuatro o cinco a lo sumo.
--Lo siento mucho, ¿pero eso que tiene que ver conmigo?
--Dejeme continuar se lo ruego, ocurre que nuestra niña, --así le decimos nosotros—tiene por las noches algunos sueños y desvaríos que mi esposa interpreta como lo más natural en todas las mujeres, ansias insatisfechas de amor de pareja, de ayuntamiento carnal, el infinito amor que nosotros le profesamos no le es suficiente…
--¿ y ¿ le interrumpe de nuevo el joven
--mi mujer y yo le hemos observado e investigado a usted, joven, apuesto, de nobles sentimientos, de familia honorable y pensamos que usted podría ayudarnos..
--sigo sin entender, replica el joven
--le explico, se trata de que usted conozca a nuestra niña, simule interesarse por ella, y le haga sentir que está enamorado de ella y finalmente satisfaga sus ansias… usted me entiende
--¿y como sería eso?
--mañana vendríamos mi hija, mi esposa y yo a este mismo lugar, propiciamos el encuentro, usted platica con ella, esto podría repetirse uno o dos días, después la visita en nuestra casa y usted la hace sentir una mujer plena, amada, satisfecha; Naturalmente, le pagaríamos generosamente el favor, ¿acepta?
--si
--En torno a la misma mesa de la cafetería de la facultad, se encuentran de nuevo reunidos la pareja y el joven, los tres vestidos de negro –vienen de dar el postrer adiós a la hija—la señora extrae de su bolso un sobre, lo coloca en la mesa, lo empuja suavemente al centro y dice en voz baja:
--lo convenido..
En un movimiento y actitud que no admite réplica, el muchacho desliza el sobre hacia la pareja y con voz emocionada espeta..
--en estos días aprendí a amarla, y esto ofende al recuerdo de ella que siempre llevaré conmigo, gracias por permitirme conocerla, se despide cortesmente y se retira del lugar
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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