Por: J. M. Rentería
Compártelo en:
Un cuento
El reloj
Por Jesús Manuel Rentería
Luis Enrique, hombre de casi sesenta años de edad se contempla semidesnudo en el espejo del baño y la imágen que éste le devuelve no le gusta en absoluto. Tiene el cabello escaso, muy delgado y totalmente
Su cuerpo, otrora vigoroso, es ahora enjuto. Sus ojos han perdido el brillo que tuvieron en sus años mozos. ¿Porqué no seremos jóvenes eternamente?, que diera por tener de nuevo treinta años, esa es la edad perfecta, es cuando estamos en la plenitud de facultades para gozar de todos los placeres que la vida nos ofrece, piensa, cierra los ojos y rememora lo que el llama la edad de oro.
De pronto llaman a la puerta, es domingo y no espera visita. Rápidamente se enfunda en una bata de baño y se dirige a atender el llamado. Observa por la mirilla y no ve a persona alguna. Abre la puerta y encuentra una pequeña caja de madera. Intrigado la levanta del suelo y después de mirar hacia ambos lados de la calle entra de nuevo a su casa y coloca el misterioso presente en la mesilla de la sala sin atreverse a abrirlo.
Abrelo, le ordena una voz imperiosa que resuena en su cabeza, es un reloj, el reloj de tu vida y luego le explica, éste, a diferencia de los demás tiene una sola manecilla que gira hacia la izquierda, y no marca horas sino años, da una vuelta diaria y por cada vuelta serás un año más joven, es todo.
Luis Enrique abre la pequeña caja y en efecto, ahí está el reloj más extraño que jamás vió en su vida, es redondo, de color negro con solamente una manecilla dorada que efectivamente, gira hacia la izquierda y no tiene ningún dispositivo para detenerlo o para retrasar o adelantar el tiempo. Un rarísimo aparato cerrado herméticamente.
En el transcurso de varios días, se mira de nuevo al espejo y percibe cambios en su cuerpo, ha ganado algo de peso, su cara luce menos arrugas y sus ojos tienen un nuevo brillo. Al cabo de un mes su aspecto es el que tenía hace treinta años –la edad dorada- y sonríe complacido.
A la mañana siguiente se baña y acicala como cuando tenía treinta años, de repente le asalta una idea. A este paso –piensa-- en quince días seré yo un quinceañero y en otros quince seré un bebé y yo no quiero ser ni quinceañero ni bebé, quiero tener por siempre treinta años.
Esa idea no lo deja dormir toda la noche, y ya al día siguiente ha tomado una decisión, ha encontrado la forma de burlar el pacto que hizo con quien sabe quien: Destruir el reloj, detener el tiempo y “estacionarse” por siempre en los 30.
Con calma se dirige al sitio donde guarda sus herramientas, extrae un pesado martillo, coloca el reloj en el piso y le descarga un potente golpe con el que acaba con el reloj…. Y también con su existencia…
|
...............................................
...............................................
 |
|
Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
|
Portada
