Por: J. M. Rentería
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Fiel a su costumbre desde hace ya años, Ramón sale de su humilde casa en la colonia Desarrollo Urbano al sur de la ciudad, en sus ojos brilla la esperanza –es la que muere al último, piensa--.
Fiel a su costumbre desde hace ya años, Ramón sale de su humilde casa en la colonia Desarrollo Urbano al sur de la ciudad, en sus ojos brilla la esperanza –es la que muere al último, piensa--.
Lleva el estómago vacío, lo poco que preparó su mujer prefirió dejarlo para sus dos pequeños vástagos –yo como quiera le hago, dijo a Otilia, su sufrida esposa.
Viste un pantalón de mezclilla negro y una playera gris, ambas prendas recién lavadas, --somos pobres pero no cochinos—repite con frecuencia a sus hijos--, lleva colgado al hombro un morral también de mezclilla en el que carga toda suerte de herramientas, cuchara de albañil, nivel, martillo, cincel, rodillo y brocha, segueta, tijeras para podar y todo aquello que pudiera servirle para “aventarse una liebre” y allegarse unos cuantos pesos.
Desde hace tiempo, Ramón no tiene un empleo estable y sostiene a su familia de los eventuales trabajos que realiza en casas y establecimientos comerciales de la ciudad, sin embargo y debido a la severa crisis, estos trabajos son cada vez más esporádicos, y llevar algo a la casa se torna más difícil.
Como siempre, un poco antes de las siete de la mañana Ramón inicia la brega diaria, un cotidiano peregrinar por todos los rumbos de la ciudad a la caza de un jardín que podar, “un parche” de albañilería que pegar, una fuga de gas o agua que reparar, en fín, cualquier cosa que le permita calmar el hambre de su prole que lo espera con ansia.
Luego de caminar por espacio de media hora, se detiene a descansa un momento en la plaza Benito Juárez, se enjuga el sudor, saca de su morral una colilla de cigarro que guarda desde hace días, lo enciende y fuma mientras reza una plegaria pidiendo la ayuda divina para lograr llevar algo a casa. Levanta la vista y contempla la majestuosa imágen de Cristo Rey con los brazos abiertos, gesto que él interpreta con un tácito, “todo esto es tuyo, sólo tienes que ir y tomar lo que necesitas”. Animado por esta interpretación suya al ademán que parece hacer la enorme imagen metálica, Ramón continúa su recorrido, totalmente infructuoso, todo mundo parece indiferente a la necesidad ajena, seguramente toda la gente está inmersa en solucionar sus propios problemas.
Durante todo el día recorre un amplio sector sin resultado alguno, y ya tarde inicia el retorno a casa con los bolsillos igual que su estómago, vacíos, los pies hinchados por su largo andar, Ramón se sienta casi en el mismo sitio en el que descansó por la mañana, levanta de nuevo la mirada hacia el Cristo Rey en un mudo reproche por el olvido en que lo tiene. Observa de nuevo los brazos abiertos, le parece que la altísima imagen encoge ligeramente los hombros como diciéndole, ves, te dije que no había nada para ti.
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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