Por: J. M. Rentería
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Como todos los sábados, José Luis, desde la comodidad de su espaciosa oficina establece contacto a un teléfono celular.
--Señor Espinoza—le responde una melosa voz femenina – ¿cómo está usted?
--muy bien, ¿Qué me tiene de nuevo?
--Nos acaba de llegar una hermosura de 18, justo como a usted le gustan, estudiante, pulcra y discreta como debe ser.
--De físico como es? Se interesa de inmediato el hombre.
--Morenita, alta, delgada, bien formada, de abdomen planito, planito como usted las prefiere, de cara preciosa, en fin, una muñeca, pondera la Madame.
--Y cuanto me va a costar? Pregunta José Luis.
--Esta niña vale mucho, sin embargo, considerando que usted es uno de nuestros mejores clientes, el precio es el mismo, ¿se la envío a donde mismo? Inquiere la señora.
--Si, a donde mismo y a la misma hora.
--Alguna indicación especial señor?
--Si puede ir con Jeans y camiseta ajustados y tenis, sería perfecto, esas prendas en una jovencita me enloquecen.
--Muy bien, cuente con ello.
José Luis es un empresario casi sesentón, justo en la edad en la que el hombre siente la necesidad de demostrarse a si mismo que aún conserva los atributos que bien sabe que ya están prácticamente de bajada, y para ello nada mejor que “la carne fresca” --según sus propias palabras--, por ello todos los fines de semana reafirma su condición de macho aunque ello le cueste su buen dinero, “para eso trabaja uno tanto, para darse sus lujos”, se dice a si mismo como para acallar su no muy escrupulosa conciencia.
Después de pasar la tarde en compañía de su esposa, el hombre, un poco antes de las ocho de la noche se mete a la ducha y al salir se acicala ante el espejo mientras su mujer le dice:
--Me encanta que seas tan pulcro que aún para ir con amigos a tomar la copa cuides tu imágen, aunque me imagino que al bar al que van te han de coquetear algunas “lagartonas”.
--Creeme que ni cuenta me doy, tu sabes que para mi tu eres la única, mi encantadora mujercita, responde José Luis, quien luego agrega ¿a propósito de encantadoras mujercitas, a donde fue Mónica?, se refiere a su preciosa hija.
--Salió hace rato, dijo que iba con unas amigas y que regresaría como a las once, creo que irían al cine y a tomar un refresco
--Bien, yo vengo como a las doce, no me esperes despierta, se despide José Luis al tiempo de rozar levemente los labios de su madura y aún bella esposa.
--Luego de 15 minutos al volante de su auto, se introduce a un discreto motel, en donde el empleado le dice en tono zalamero, su habitación está lista como siempre.
--Perfecto, responde José Luis mientras paga el importe, por supuesto con efectivo, el uso de tarjetas no es recomendable en estos casos.
Nerviosamente, con manos temblorosas ya presa de la exitación por el momento que está por llegar, el hombre pasa al cuarto, se sirve un trago del servibar --ya incluído en el precio--, le da unos pequeños sorbos. Se escuchan unos llamados en la puerta apenas audibles, ante el espejo, el otoñal galán da un último repaso a su cabello y bigote, y satisfecho de su aspecto atiende el llamado.
Al abrir la puerta José Luis, se queda paralizado por la impresión. No puede articular palabra. Su cara normalmente blanca se tiñe roja como la grana, luego adquiere una palidéz con tintes grisáceos. Parada frente a la puerta está una preciosa jovencita morena vestida con jeans y camiseta ajustada y tenis, quien también asombrada y con voz muy baja murmura ¡ papá !.
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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