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AMOR Y PASIÓN
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Por Alfredo Espinosa
El sexo es raíz, el erotismo es el tallo y el amor es la flor.

¿Y el fruto? Los frutos del amor son intangibles.
Octavio Paz

El deseo es polígamo y politeísta; el amor es monógamo, monárquico y monoteísta. Y ambos proporcionan una cantidad infinita de felicidad y placer. Y dolor.

Amar es un asunto de mucho trabajo, y requiere de una gran dedicación y constancia. Amar a alguien no se trata de descubrir en el otro la más secreta subjetividad de sí mismo. No. La intimidad amorosa es permitir que otro nos descubra otro, uno distinto al que pensábamos que éramos, que sea capaz de poner en juego nuestra identidad y la autosuficiencia en la que se sustenta. El amor, con una caricia es capaz de abrir una brecha en nuestra identidad blindada; es un exceso, una violación que altera y desequilibra porque entra en nosotros y revuelve un orden preestablecido porque sólo así nos permite visualizarnos más libres. Y fundando estos nuevos límites, al mismo tiempo, que la otra persona se descubra distinta después de ser bautizada en una mirada, en el nombre pronunciado en ciertas noches gloriosas.

La sexualidad es hambre, y en la naturaleza de toda hambre está la búsqueda de su apaciguamiento.

Cuando una persona dice a otra “te deseo”, es que ya ha echado a mover la maquinaria fisiológica y ya ha encontrado el objeto para la satisfacción de su demanda sexual. El instinto empuja, - se erecta o se humecta- mientras que el erotismo imagina escenarios, posiciones, rituales, tiempos. El deseo está al rojo vivo.

Entre sexo y erotismo, opina Octavio Paz, hay diferencias notables: el “primero (el sexo) pertenece al dominio de la biología, el segundo al de la cultura. Su esencia (del erotismo) es lo imaginario: el erotismo es una metáfora de la sexualidad. Hay una línea de separación entre erotismo y sexualidad: la palabra cómo. El erotismo es una representación, una ceremonia de trasfiguración: los hombres y las mujeres hacen el amor como los leones, las águilas, las palomas o manta religiosa; ni el león ni la manta religiosa hacen el amor como nosotros. El hombre se ve en el animal; el animal no se ve en el hombre. Al contemplarse en el espejo de la sexualidad animal, el hombre se cambia a sí mismo y cambia a la sexualidad”.

En el amor, el otro se integra al yo, y aunque no se concrete siempre se visualiza como un proyecto de largo trecho, incluso para toda la vida. Cuando llega el amor al corazón, los intrusos salen. En la pasión, el otro es un enchufe para el placer; el otro no existe en su totalidad, sólo parcialmente como instrumento de una fantasía, como cuerpo del deleite.

El ser humano siempre está incompleto, ese es el origen de su búsqueda permanente. Cuando una persona se siente necesitada de amor está hablando de sus carencias y busca aquello que lo llene. En ese sentido busca completarse a sí mismo, y no necesariamente entregar a la otra persona lo que pueda ser capaz de dar. El amor es una falta, una falta en su doble sentido: una carencia y una transgresión. Y todo lo que mueve a las personas para conectarse con otras es siempre una demanda afecto para colmar esa falta. En esa búsqueda puede existir la avidez y la voracidad.

En el deseo la mirada es incapaz de fijarse en un solo objeto, se distrae en varios, y es más alegre en tanto más diversidad tengan esos objetos, y esa mirada se entretiene en el gusto estético o en elaborar fantasías lúbricas, y puede transformarse en una aprehensión por obtener ese objeto para satisfacer su apetito.

En el amor, la persona se demora en un sujeto. La mirada del que ama, de entre todas siluetas o sombras que pasan por su vida, o las figuras anónimas y pardas de su entorno, recorta a una sola imagen y la colorea. Esa persona se vuelve especial y única, y quiere conocerla a profundidad.

El deseo es rapaz y procura su descarga para su sosiego; el amor aspira a la plenitud. El deseo es efímero; el amor perdurable. Y en ambos está muy viva la raíz del dolor. ¿Hay personas que pueden mirar a otras con la aprehensión amorosa, que tiende a la posesividad, sin que la mirada se fragmente? El ojo enloquece por la astilla. Un hilo de sangre en lo blanco crea la calamidad.

Los cuerpos del deseo naufragan y en otros cuerpos encallan. Las almas vuelan, pero todas desean, en algún momento, arraigarse en alguien. El amor tiene que ver con la pertenencia. Las palabras del amor son las de la posesión: soy tuyo, eres mía; las del deseo “me la pase muy bien, ardí”.

Pero ah, el delicioso ardor del deseo, esa exaltación del narcicismo. Sin embargo, el objeto del deseo no puede ser asido ni abandonado. Es imposible conservarlo, y abandonarlo es intolerable. Es una droga de efectos inmediatos pero efímeros. Además, en el fondo, todo objeto erótico apuesta por ser un sujeto digno de ser amado.

El erotismo puede desear a una multiplicidad de objetos sin saciarse, pero tarde que temprano, por razones del todo incomprensibles, el ojo se fija en algunos que le son más apetecibles o asequibles. De estos, unos pocos podrán ser significativos para su vida.

El deseo va de prisa y sin rumbo, mientras que el amor es lento y preciso. El amor compromete toda la vida; el deseo se abandona a la intensidad del momento. El deseo une dos fuegos que, más temprano que tarde, consumen los cuerpos; en el amor el deseo persiste con un fuego apacible que no incinera a los cuerpos aunque puede anestesiarlos. El amor descubre que en el sosiego del río de las vidas reside su grandeza. Vivir la dicha conyugal, que no apetece espectacularidad sino estabilidad, se encuentra su trascendencia.

La pasión está de lado del salvaje y del bárbaro; el amor, del civilizado. La pasión suele ser hereje, loca, desviada; el amor suele ser prudente, transparente y respetuoso. La pasión es secreta aunque tempestuosa; el amor es público y a veces domesticado.

La pasión obedece a una ley primitiva: la del instinto. El amor, por su parte, independientemente que haya nacido en el relámpago de una mirada o una sonrisa, es una construcción, un proyecto común, la voluntad que involucra a dos. La pasión es una tentación; una creencia que nos convence que al vivirla nos exalta y nos revive, nos revitaliza. Es parte de nuestro destino trágico. El erotismo es la máscara sonriente tras la cual pretendemos escondernos del tedio de la vida y de la muerte.

En el amor, lo salvaje y loco de la pasión deja paso a lo apacible y lo sereno que es el ámbito para el arraigo y la construcción. El amor civiliza a la pasión, amputa su barbarie violatoria, invalida el salvajismo autócrata en que no accede a la percepción de la persona en su totalidad. El salvaje despersonaliza al otro. Es instrumento de su propio instinto.

El erotismo entre las personas que se aman es un nexo con la trascendencia en el sentido cósmico y divino: es la vinculación con la naturaleza, la acción indispensable para la reproducción y para la comunión, así sean esta última instantánea.

En el amor apasionado, el otro es un contacto, un testigo o un médium que asiste a la pérdida de sí mismo, al abandono del yo de ambos, y por tanto alguien que está ahí en nuestro renacimiento.

El sexo está al servicio de la procreación, el erotismo al del placer, y el amor al de la felicidad o plenitud.

El deseo convoca a repasar las noches donde sucedieron hazañas eróticas que los deleitaron. El deseo es nombre de la ruta del escalofrío, de los ardores, de los suplicios gozosos y sus quejas, de la unión eléctrica. El amor te da sorpresas: la persona amada te comparte un detalle y te pregunta, ¿te acuerdas cuando te dije que te iba a sembrar en mi corazón como una semilla mágica? ¡Pues ya me floreciste!

Amor: dos que al unirse, comulgan.

Comentarios: alfredo.espinosa.dr@hotmail.com

*Los libros de este autor, Alfredo Espinosa, se encuentran a la venta en Librería Kosmos, ubicada a un lado de las Fuentes Danzarinas.


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16/04/2024
Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez



 
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