Por: J. M. Rentería
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Un cuento…
Irene..
Por Jesús Manuel Rentería
Caminas ágil y rápidamente con todo el vigor que te conceden tus 23 años.
En realidad no tienes prisa por llegar a un lugar en especial. Caminas rápido sólo por desfogar la casi inagotable energía de tu j
Lleva las manos en los bolsillos de unos jeans viejos y deslavados. Viste sudadera color azul y tenis blancos. El pelo largo y ondulado color platino le confiere un look similar al de Farrah Fawcett. Es una visión hermosa. Debajo de la ropa –aún holgada—es posible adivinar un cuerpo de diosa. Quizá tenga un poco más de 30 años.
Aminoras la marcha para admirar a la hermosa rubia. Durante unos minutos caminas al paso de ella. Finalmente te decides y te colocas a su lado y le diriges un casi tímido –hola--. La mujer te mira y te responde con un encantador .--hola-- que te suena como la música jamás emitida por instrumento alguno. ¡ Dios ¡ --piensas—es hermosa. Su piel perfecta y blanquísima, sin asomo alguno de maquillaje. Sus ojos verdes con algunos destellos dorados te subyugan. No puedes evitar bajar la mirada hasta sus senos de erectos pezones que se adivinan sin sostén bajo la tela de la sudadera .
--Como te llamas? Preguntas
--Irene, te responde ¿y tu?
--Manuel, contestas mientras te pierdes en el océano de sus ojos como si quisieras navegar ellos el resto de tus días y otra vez preguntas ¿A dónde vas?
--a casa --te responde Irene, vengo de ver a una señora que me tomó medidas para hacerme alguna ropa, es aquí muy cerca de mi casa.
--No creo que alguien necesite tomarte medidas para saber que tienes un cuerpo perfecto, le dices. Ríe un poco turbada y te muestra una dentadura perfecta como todo en ella. Su risa te parece como el canto de un arroyuelo en medio de un silencioso bosque. Con ademán nervioso retira de su cara un rubio mechón que insiste en explorar el hermoso rostro.
--Aquí vivo – te dice Irene al tiempo que se detiene frente a una sencilla casa. Luego de platicar por algunos minutos, --sin siquiera acordarlo-- ambos se sientan en la banqueta, muy juntitos, como si se conocieran de siempre. Aspiras el suave aroma de su cuerpo. Huele a jabón mezclado con su propio perfume corporal. Huele a ella.
Despues de algo de charla intrascendente vienen las confidencias te dice su nombre completo, su edad. Es soltera y no piensa casarse nunca. Disfruta enormente su libertad que no piensa nunca trocarla en soledad.
Sin saber exactamente como ocurrió te encuentras ya en la sala de su casa tomando café con galletas. Su charla y compañía son sencillamente deliciosas. Te parece la mas encantadora mujer que has conocido- Al cabo de mas tres horas de plática te despide con un cálido beso quizá un poco más prolongado para ese primer encuentro. Te llevas de ella la promesa de una segunda ocasión.
Pasan los días y verla se te convierte en una obsesión. La buscas en su casa infructuosamente, nadie sabe de ella. Pasan los meses. Pasan los años, no sabes que pasó con tu hermosa Irene. Quizá tu la creaste para llenar tu misma necesidad. Si existió algún día sabras de ella, te resignas. Ya hace tiempo lograrte liberarte de la dolorosa obsesión por aquella hermosa rubia platino.
Hoy, al hojear distraídamente el periódico, una esquela llama poderosamente tu atención, en ella se participa el fallecimiento de Irene …… ……. Por fin, ya en el ocaso de tu vida tienes razón de Irene, aquella hermosísima rubia que ahora tienes la certeza……. Si existió.
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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