Por: J. M. Rentería
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Luego de una larga faena de varias horas de recorrer la ciudad, bares, restaurantes y los alrededores de algunas escuelas de nivel medio de la ciudad, dos hombres se reúnen en torno a la mesa de una cantina.
Son Arturo y Ernesto, ambos dedicados desde hace tiempo a la distribución de droga –principalmente marihuana y cocaína-- actividad que les produce jugosas ganancias con el mínimo de esfuerzo.
Arturo, de 44 años, casado, padre de un jovencito de 15 años, dedicado al narcomenudeo desde hace ya mucho tiempo es quien inició en el “negocio” a su compadre Ernesto, un poco menor que él y desempleado desde hace un poco más de dos años y metido por extrema necesidad y desesperación a la ilícita actividad.
-- Nos está yendo muy bien compadre—dice Arturo luego de darle un largo sorbo a su XX Lager—yo, la verdad ya ni siquiera pienso en conseguir un trabajo en el que tenga que estar encerrado ocho horas diarias por un pinche salario y bajo los huevos de un cabrón, ¡ni loco ¡ ¿y tu ¿
--La verdad yo en las noches batallo para dormir pensando en los jovencitos que a diario nos compran la droga, me remuerde la conciencia pensar en el daño que les hacemos, creo que si encontrara una chambita me retiraría de esto.
--No seas pendejo compadre, el daño no se los hacemos nosotros, ellos son los que decidieron entrarle a las drogas y si no les vendemos nosotros algún otro cabrón los va a surtir, quitese esas cosas de la cabeza y no piense siquiera en regresar detrás de un escritorio, ¿a poco no está a toda madre traer siempre buena lana y tener tiempo por si sale alguna morra? Dice Arturo.
--Pues si compa –medio acepta Ernesto mientras sostiene en la mano izquierda su cerveza y en la derecha un Marlboro rojo—todo está bien durante el día, es en la noche, ya en la quietud y oscuridad de mi cuarto cuando me llegan estos pensamientos, me imagino a estos jovencitos drogados y luego ya en la “malilla” desesperados por conseguir más “cois”, se me hace algo muy gacho, pienso en mi hija…
--No seas sentimental compadre, --lo interrumpe abruptamente Arturo-- cada quien que se preocupe por sus chavalos ¿a poco crees que alguien se preocupa por los de nosotros? Ni madres, es bronca de cada quien, pide otras cheves mientras pongo unas rolas de puros narcos para que dejes de pensar en esas chingaderas.
Esa noche llega Ernesto a su casa y en la sobremesa después de la cena le comenta a Ana Luisa su esposa --enterada desde hace tiempo de la ocupación de su marido—la conversación sostenida con Arturo.
--Que bueno que pienses así Ernesto, si te metiste en eso fue por que no había otra opción, pero con lo que has ahorrado creo que podrías iniciar un negocito honrado y vivir otra vez en paz, la verdad yo no tengo calma nada mas de pensar en que te detuviera la policía, ya retírate de eso, le ruega Ana Luisa al tiempo que lo toma de las manos.
--Te prometo que unos meses me salgo de esto, nos cambiamos de ciudad e comenzamos de nuevo con algún “changarrito” promete Andres.
En el trayecto rumbo a su casa, Arturo se ríe para sus adentros por los remordimiento de Andrés.
--Deveras que a mi compadre le faltan huevos, mira que andarse preocupando por los chamacos ajenos, que los cuiden sus jefes, se me hace que un día de estos me sale con la pendejada de que se retira, en fín, es su pedo.
Mete su auto en la cochera, abre la puerta principal, entra a la casa, toma un vaso de agua y antes de entrar a su recámara en la que ya lo espera su esposa va al cuarto de Ismael, su vástago de sólo quince años de edad estudiante del tercer año de secundaria quien se encuentra profundamente dormido, y al aproximarse a darle un beso en la mejilla, Arturo, con espanto, totalmente lívido el rostro, descubre junto a una de las blancas almohadas algo que le es harto conocido, una pequeña bolsa de plástico ya vacía….
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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