UN CUENTO...EL VISITANTE
Por: J. M. Rentería
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Siete de la mañana de cualquier día, de cualquier mes, de cualquier año. Empieza una jornada que amenaza ser agobiadoramente parecida a las de tus últimos tiempos. Pareciera como si alguien quisiera que tus días fueran tan odiosamente iguales que te hicie
Lentamente abres los ojos y “te estiras” mientras piensas en la ropa que usaras ese día, aunque en realidad ya lo sabes, te toca el pantalón beige y la camisa color café y todo lo demás en tonos parecidos. Seguramente la señora que te auxilia en casa ya tiene todo perfectamente preparado. A veces quisieras que no fuera tan metódica y te dejara elegir libremente tu atuendo, aún a riesgo de salir “descombinado”. De pronto tomas conciencia de la fecha. Hoy es mi cumpleaños, dices en voz alta como tratando de convencerte a ti mismo de ello. Seguramente no tarda en llegar, piensas. Justo en ese momento se escuchan en la puerta tres suaves golpes, apenas perceptibles, como dados por alguien que sabe que ya lo esperan, que sabe que la mano del morador ya está casi en el picaporte. Te levantas aún en ropa de dormir, llegas a la puerta, abres la mirilla –acto totalmente innecesario-- y lo ves, efectivamente, es el, puntual a la cita desde hace ya varias décadas. Con desgano, pero ya totalmente despierto abres la puerta y le cedes el paso. Es un individuo alto y delgado, de rostro extremadamente blanco y de piel tan delgada que parece casi transparente, sus delgados y también blancos labios esbozan una leve y torcida sonrisa que en vano trata de parecer amable, va vestido completamente de negro y tocado con un sombrero de ala ancha que conserva puesto aún dentro de la habitación casi en penumbras, entre sus manos también flacas y nervudas como sarmientos, lleva una pequeña caja color negro amarrada con un listón del mismo color. Su sombrero lo lleva calado tan bajo que apenas te permite ver sus ojos en los que adivinas un brillo ligeramente siniestro que te arranca un involuntario estremecimiento. --Y bien?, inquiere tu visitante con una voz impersonal y sin inflexión alguna, como si proviniera de alguna cosa inanimada, ¿te espero? Tu, te mesas nerviosamente el ya escaso y cano cabello y respondes como para ti mismo --no se, veras, últimamente las cosas no me han ido muy bien, mi9 salud es precaria al igual que mi situación económica, sin embargo, ocurrió algo que me tiene indeciso… Tu visita te interrumpe con un gesto y te espeta, --si ya se, conociste a alguien por quien podrías quedarte un año más, aunque bien sabes que dentro de un mes seguramente estarás arrepentido de esta decisión, tu decisión, y estarás deseando mi visita, mi visita felizmente liberadora de todas tus tristezas y tus desesperanzas Llevas tus manos entrelazadas a tu espalda mientras das dos o tres vueltas en la habitación, te has olvidado que solamente llevas puesto tu viejo y raído bóxer que exhibe descaradamente tu flaca humanidad, y refutas, --bueno eso solamente ha ocurrido los últimos cuatro o cinco años, el resto te he dicho categóricamente que deseo quedarme, que aún tengo esperanzas de que mi vida mejore. --Eso es asunto enteramente tuyo, te indica ya impaciente tu enlutado visitante, hace ya tiempo que puedes ejercer tu libre albedrío en asuntos tan importantes como éste, tu permanencia aquí es algo que sólo te concierne a ti, bien sabes que no existe un paraíso ni un infierno, ni siquiera un purgatorio… ¿y?, te apresura, mientras abre la puerta y con un además de su mano derecha, como e un lance torero te invita a tomar tu final determinación, ¿nos vamos? Tu con una actitud de fatalismo caminas unos pasos, te colocas en el vano de la puerta y luego de un instante, das el paso que te lleva hacia la nada, hacia tu nada…
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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