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NOSTALGIA

20 Mayo.2015.- Los hijos que Dios nos entrega son parte de la continuidad de la estirpe humana; es un ciclo en donde padres enseñan a amar hijos y los hijos a los hijos y, sucesivamente.

La formación integral que reciben es una responsabilidad, de los padres, sin duda alguna, aunque contribuye un entorno de maestros, familiares, amigos y vecinos.

Contando con la filosofía de aprender a aprender; muchos aprendemos de las experiencias y de lo que se atestigua en su alrededor.

Todos quisiéramos sembrar en los hijos una semilla que mejore nuestro origen, no sólo deseamos que sean más altos, más finos de rasgos, más guapos, sino que nos planteamos retos de ayudarlos a tener una carrera profesional, un negocio o les heredamos patrimonio. Todo hacia el rumbo de que cada generación logre mejores condiciones de vida que las que tuvimos nosotros.

Parece superfluo lo que se dice, pero me parece lo más normal que los padres nos esmeremos en lograr estas cosas, aunque sepamos que algunas de ellas permiten que participemos y otras no tienen manera de incluirnos. Por ejemplo, si nace sano ya no queremos que sea guapo, pero, por dentro, queremos ambas cosas; sin embargo, no hay manera de que cambiemos la genética. En lo que si tenemos juego en la siembra de valores y principios.

La educación entra más por los ojos que por los oídos. Esto debe quedarnos muy claro; no se vale decir al hijo de catorce años que no debe fumar, al tiempo que tienes un cigarro encendido entre los dedos o en la boca inhalando el humo. Tus palabras dicen una cosa pero lo que ve dice lo contrario. Cómo esperar un hijo honrado si escucha o ve que engañas, mientes y eres hipócrita.

Nadie puede ir por la vida reclamando a sus hijos que si yo te dije, que si yo te mandé a las mejores escuelas, que si yo te di todo lo que pediste, que si nunca te faltó nada. Pretendiendo que los hijos estaban ciegos cuando nos vieron actuar contrario a lo que exigimos de ellos.

La congruencia entre los que se dice y hace por parte de los padres es la que incide en la educación de los hijos. Aunque debo reconocer que hay excepciones, como en el caso de mis hijos, que, aún con los errores de su padre, lograron superarlo con creces.

La nostalgia de los hijos pequeños cuando podíamos cargar con ellos a los hombros o a la espalda se compensa ahora con los nietos, y aunque no soy muy pegado, los amo profundamente. Me gusta estar atento y pendiente, pero sin andar encima. Usted, seguramente, será más apegado y lo felicito. Cada quien su manera de ser.

Lo que si da mucho gusto es verificar que lo que hizo antes se refleja siempre; primero en los hijos, luego en los nietos y sucesivamente
.
Quedamos de acuerdo en que a los hijos se les enseña a amar hijos y no a padres, aunque esto último queda siempre como premio no esperado.

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