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19.12.2014 08:43 am
Por: TERRORISMO Por Pascal Beltrán del Río
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Una de las peores cosas que ha traído este año que termina es el resurgimiento de los impulsos terroristas en distintas partes del mundo.
Cuando comenzaron los movimientos conocidos como la Primavera Árabe —en Túnez, ayer hace exactamente cuatro años—, se pensó que el terrorismo era cosa del pasado, y que pesaba más el deseo de democracia en las sociedades de Oriente Medio y el norte de África que la visión medieval de guerra santa del integrismo islámico.
Dicha tesis se reforzó, durante ese proceso de cambio, con la muerte del terrorista más buscado en el mundo: Osama bin Laden, líder de Al Qaeda, muerto en Pakistán por fuerzas especiales de Estados Unidos en mayo de 2011.
Sin embargo, hoy sabemos otra cosa. La Primavera Árabe no dio paso a la democracia —salvo en Túnez, donde el próximo 21 de diciembre se celebrará la segunda vuelta de las elecciones presidenciales— y el terrorismo logró sobrevivir y recomponerse tras la muerte de Bin Laden.
Este año se dio a conocer al mundo el Estado Islámico (Da’esh, en árabe), una organización cuyo surgimiento remonta a 2004, cuando fue fundado el grupo Tawhid y Yihad por el salafista jordano Abu Musab al Zarqaui.
El grupo combatió en Afganistán y, posteriormente, en Irak, donde se unió a la red Al Qaeda en 2004. Luego de la muerte de Zarqaui en un bombardeo estadunidense, en 2006 el liderazgo pasó al egipcio Abu Ayyub al-Masri y, finalmente, al iraquí Abu Bakr al-Baghdadi, el autoproclamado califa del Estado Islámico, quien rompió con Al Qaeda en 2013.
La coyuntura de la guerra civil en Siria, que estalló en 2011, permitió a la organización expandirse. En abril de 2013, anunció su intención de crear un califato en Irak y el Levante.
A finales de junio pasado, luego de ocupar un extenso territorio en Siria e Irak, la organización dijo que el califato que se proponía crear se extendería por todo el mundo musulmán.
La proclamación atrajo a miles de yihadistas de la región, pero también a los residentes en Europa.
Los avances del grupo por el oriente de Siria y el norte de Irak se llevaron a cabo mediante el sometimiento de poblaciones enteras y el asesinato o esclavización de cristianos o personas de otros credos, así como de musulmanes no sunitas.
En agosto, a través de un video en internet, el Estado Islámico mostró la decapitación del fotoperiodista estadunidense James Foley, una acción que luego fue repetida con otros occidentales.
En septiembre, el presidente Barack Obama anunció que Estados Unidos atacaría mediante bombardeos las posiciones del Estado Islámico. Esas acciones han frenado el avance del grupo, pero no han conseguido desintegrarlo.
Unos días después del mensaje de Obama, el vocero del Estado Islámico, Abu Muhammad al-Adnani, convocó a los musulmanes de todo el mundo, pero especialmente a quienes viven en Europa y Estados Unidos, a llevar la yihad a las calles y matar a los “infieles” donde quiera que los encontraran y cualquier forma que les fuera posible.
El llamado ha provocado ataques al azar en Canadá, Estados Unidos y otras partes del mundo.
Será difícil saber si eso fue lo que motivó a un migrante musulmán tomar rehenes en una cafetería de Sydney, Australia, esta semana, pues fue muerto por la policía. Pero la exhibición, durante el acto, de una bandera negra como la que usa el Estado Islámico pudiera ser una evidencia en ese sentido.
Menos probable es que el espantoso ataque de la organización terrorista Tehrik-e-Taliban a una escuela en Peshawar, el martes pasado, que dejó a más de 130 niños muertos, sea parte de esa campaña.
El Talibán paquistaní está metido en su propia guerra con el ejército de ese país —y a la escuela atacada asistían hijos de militares—, pero lo cierto es que los atentados terroristas han ido creciendo en magnitud y frecuencia en la nación centroasiática.
La organización, cuyos dos líderes anteriores murieron en bombardeos realizados por drones estadunidenses en la zona tribal de la frontera con Afganistán, ha matado a más de 400 personas en cuatro grandes atentados desde septiembre de 2013.
Después de que aparentemente había sido domado, el terrorismo ha vuelto a resurgir y esa es una muy mala noticia para el mundo.
Habrá que estudiar las causas y pensar cómo hacerle frente. Está visto que la guerra y la tortura que practicó Estados Unidos contra presuntos militantes y simpatizantes de Al Qaeda y otros grupos no acabó con el problema, pero lo cierto es que los terroristas no atacan con flores.
Seguramente, el desarrollo y la educación son métodos más seguros para terminar con los impulsos del terrorismo, pero no son rápidos, y quién sabe si un mundo que no acaba de salir de los efectos de la recesión global de 2008 esté en las mejores condiciones para repensar estrategias en ese sentido.
El resurgimiento del terrorismo seguramente traerá consecuencias. Países desarrollados, como Australia, tendrán más cuidado en cuántos inmigrantes admiten, y eso ocurrirá en tiempos en que miles de migrantes están muriendo, en mar y tierra, tratando de escapar a la miseria.
No son tiempos de optimismo, estos. Y los problemas muy graves que vive México no debieran impedirnos ver lo que ocurre en otras partes del mundo, donde las cosas están mucho peor que en nuestro país. Pakistán, donde el poder se mide por el número de armas, es un ejemplo escalofriante de ello.
No lo digo como consuelo. Siempre se puede caer más bajo. Tengámoslo en mente cuando actuemos y dejemos de actuar ante lo que pasa en México.
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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