POBRES, NIÑOS Y FELICES: ABURRIDO CRONICÓN DE UNA TARDE DE MIÉRCOLES
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Le cedo mi espacio a mi amigo JAVIER QUIÑONEZ, indiscutiblemente un hombre de un gran talento y una excelente cultura.
LOS POBRES Dos montoncitos apenas separados por un cordón de gente, el pobrerío se junta en la acera del anexo a Presidencia que da sobre el Reloj. Al centro de uno, Moisés Bárcenas, con el pelo recién cortado, explica algo a los que lo rodean. Sonríe cuando nos descubre, saluda con la mano y tras su gesto voltean los más atentos a mirarnos. Debe ser por intimidado que me pongo a pensar en la media sonrisa de Moi, hacia adentro de sí, como si siempre se estuviera acordando de algún chiste.
Nos pone al tanto, dice que el Presidente se comprometió mas llegamos demasiados, se queja de las trabas alzadas por los subalternos. Justo entonces, desde Presidencia llega caminando, varios minutos antes de la cita, Víctor Figueroa. Se ve tan joven entre la multitud que lo sigue hacia las tapias que resulta difícil creer que sabrá lidiar con tanta desesperación. Se recarga contra la cajuela de su coche, algo platica con Moi entretanto los envuelve la multitud.
Alguien más tercia en el diálogo, una rubia, al parecer lideresa del segundo montoncito. Recuentan fuerzas, creo percibir. Pero Figueroa quiere identificar la residencia de los aglomerados, algo sugiere sobre comités vecinales; ahora se nos pide a los peticionarios que alcemos las manos, enseguida que sólo los apuntados en una hoja que agita como un Zeus flamígero, luego que las bajemos, y así nos seguimos un buen rato. Se explica Figueroa:
-Yo tengo este requisito, miren, no crean que a mí nadie me audita; me voy a quedar con uno de estos –vuelve a agitar la hoja- por cada despensa que entregue. Y enseguida:
-Las despensas que yo traigo no son como las que reparte María Mercedes, ya verán.
Nadie sonríe ni siquiera cuando Figueroa se vuelve, abre la cajuela del coche y empiezan a repartir los alimentos. A algunos pocos sí nos toca; otros deberán esperar varios días, semanas los menos afortunados.
No está tan mal la limosna institucionalizada: una bolsa de chachitos, medio litro de aceite de soya y canela, un kilo de arroz, uno de harina de trigo, uno de frijol, uno de azúcar, cuatrocientos gramos de fideos y lo mismo de hojuelas de avena.
Cualquier cosa es ganancia en este crudo invierno –me convenzo.
Camino hacia el Reloj cuando me detiene una voz. La mujer me pide ayudar a la inválida suspendida entre su silla de ruedas y la Van; trato de cargarla pero no se deja, prefiere arrastrarse y al fin consigue trepar por sí misma al asiento trasero.
-Dígame, ¿usted es de la prensa? –quiere saber la que me llamó.
-Sí –le digo.
-Entonces ustedes deben decir lo que pasa, hay mucha necesidad; esta señora está sin gas, ni luz, ni agua –reclama a nadie o a todos señalando a la sentada.
-Yo mismo vine a recoger mi despensa –trato de excusarme.
-¿Acaso no les importamos? –insiste ella.
-Pues entonces elijan a alguien a quien sí le importemos –redundo, como si platicara con la Esencia del Electorado.
-Yo sí voté por el PAN –tercia la inválida.
Argumentos circulares, remolinos interminables surte la necesidad.
Pronto nos aburrimos de contarnos cuitas y nos despedimos.
LOS NIÑOS Al trasponer la puerta de la sala de Cabildos doy de bruces con el presidente Apolinar Ramírez y la tesorera de una Asociación de King Boxing y Full Contact. En los asientos de los regidores, niños; un ramillete impaciente. Sobre una mesa destaca un cinturón similar a los de los campeones de box, y, sobre el piso, trofeos de todos colores y tamaños.
Vienen del torneo estatal, de donde se trajeron once de los treinta campeonatos en juego –me presume ufana la esposa del doctor Apolinar. Llama la tesorera al niño sentado ante el cinturón. Me lo presenta. Nomás para desaburrirme saludo a Marco Polo con un torpe movimiento de karate, pero apenas consigo arrancarle una semi sonrisa.
-Kyara –insiste la tesorera, posando la mirada ahora sobre una niña sentada ante la mesa más próxima- ganó el campeonato tras vencer a dos hombres. La llama también. Es simpática Kyara, tiene nueve años y vive en La Quemada. Reintento parecer gracioso:
-Pobre del hombre que se case contigo…
Sueno demasiado obvio, quizás ha escuchado lo mismo mil veces antes. Aún así –magia de la niñez- corresponde ella a mi gracejada con su gracia impoluta.
Están allí porque el alcalde quiere hacerles un reconocimiento. Al fin entra Mata. Saluda a los campeones con cordialidad, les da la mano, se sonríen entre sí y posan todos junto a los trofeos.
LOS FELICES Apenas idos los campeones, ingresan los regidores y van ocupando uno a uno sus sillas. Una de las primeras, Argelia Silva, la ex jueza. A nadie más reconozco. Bueno, sí, al secretario de actas, creo; informa Araujo su nombre pero nada me dice; es ese gesto adusto, tan formal como el de un escolar condenado a cargar interminablemente la bandera, lo que me resulta vagamente familiar.
-Es Flores Rojo –aclara Gándara.
Acabo de saludar al fino, atento Eduardo Barbosa, cuando de pronto:
-¡Javier! –escucho a mis espaldas mientras observo a los de Comunicación preparando mi notebook para filmar. Es Argelia que me llama. Me le acerco y se pone de pie para darme un abrazo por encima de la mesa.
-¿A poco ustedes son los del PRI? –pregunto por decir algo, al tiempo de señalar el sillerío a la izquierda del presídium.
-Aquí nos sentamos los de la oposición –confirma. A su derecha está el regidor más joven del nuevo cabildo, Guillermo Gallegos; y a su izquierda, dos mujeres asimismo desconocidas.
-¡Entonces este es el Bronx del cabildo de Delicias! –bromeo.
-Sí, ¡el Bronx! –acepta de buen talante.
A esas alturas hay casi lleno. Los reporteros nos apostamos enfrente del presídium, donde el alcalde hojea papeles, cruza y descruza las manos, apurado como siempre. El ulular de una sirena inunda el lugar cuando César Jáuregui, el secretario municipal, empieza a hablar. Al terminar el pase de lista, comunica al Presidente:
-Hay quórum.
Entonces declara Mata formalmente inaugurada la sesión. Tras aprobar los regidores el acta de la reunión previa, anuncia Jáuregui la entrega simbólica de uniformes al equipo de beis “Talentos del Ayuntamiento de Delicias” que representará al municipio en la liga regional. Ya ingresa una comisión de directivos y jugadores –estos de camisola azul y pantalones blancos, muy serios todos-, y los cabilderos se ponen de pie. Hasta el presídium se adelanta un jugador, entrega al alcalde un uniforme y regresa a la hilera con los demás. Uno de los directivos toma la palabra:
-Venimos a agradecer al ingeniero Mata… Promete “tener, en breve tiempo, la base del equipo de la Tercera Zona”. Agradece el alcalde el agradecimiento y refiere a su vez su ilusión de un equipo “Algodoneros” formado básicamente con jugadores de la región.
Tras marcharse los beisbolistas, entre aplausos, decae la sesión en la monotonía. Al lado del alcalde, Jáuregui se bambolea como un boxeador de peso pesado, cabecea sin cesar, adelanta el torso, finta con los hombros, no para nunca de moverse. El de Obras Públicas busca autorización para varios desarrollos habitacionales y otras urbanizaciones; ahonda en detalles adormecedores.
Languidece el ánimo de algunos hasta que toca a Heberto Herrera solicitar licencia a su cargo. El alcalde lo invitó y deberá relevarlo su suplente, expone.
-No sabemos todavía dónde quedará- juega Mata. Es el momento más emocionante de esta tarde para el olvido. Argelia abre la tanda los elogios, describe la bonhomía del ingeniero y su simpatía; parece casi tan emocionada como el aludido. Se suma el profe Marco de la Cruz; sincero suena al detallar la camaradería, formalidad, responsabilidad y buen trato del inminente director de Obras Públicas. La licenciada Maribel Ramírez pone la cereza desde la barra del PAN:
-Yo voto en contra de la solicitud, ¡para que no se nos vaya!
Enseguida se apersona el director de Servicios Municipales, el CP Horacio Granados, quien hace el recuento de los daños causados por la onda gélida. Toca hacer a Olga Mimbela la propuesta más interesante: pide investigar los abusos de los ferreteros que triplicaron y quintuplicaron los precios de tubos, codos y llaves de paso, y animada por la aquiescencia del alcalde, exhorta a la prensa a animar a las víctimas a presentar denuncias específicas.
La sesión llega a su fin en tiempo récord (supongo): duró apenas una hora aproximadamente.
Quienes asistimos con la esperanza de ver rota la Ley Mordaza que dicen, nos llevamos un chasco. Y es que a las sesiones formales se llega ahora con acuerdos consensados. Esto explica la tersura, la felicidad generalizada de los regidores.
Para la próxima habrá que asistir a las reuniones previas, dicen que también son abiertas.
Por Xavier Quiñones
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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