LOS AMORES ILÍCITOS (DE AMOR, MIEL Y VENENO. TERCERA PARTE)
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Pero la felicidad no es un buen tema para las canciones. Las historias amorosas necesitan un poco de riesgo y aventura. Y, ya se sabe, tras la manzana de la tentación está la serpiente. De pronto te llegan las ganas de vivir una locura, algo que te haga s
Y bueno, se paga por ver. Quien quiera azul celeste, que se acueste.
Toda la gente quiere ser feliz y para serlo tiene que huir de la realidad y su maraña de rutinas. ¿No has querido tú dejar la recua, la manada, la mediocridad de la existencia hecha de condenas laborales y monotonías familiares? ¿No sueñas con otra realidad, con ser otro, con tener otras vivencias? ¿No has deseado huir y alucinar? ¿Volar un poco, flotar, levitar, ser parte de una parvada, de una miriada, conocer aunque sólo sea instantáneamente el país de las pasiones y la felicidad, vivir el sueño?
¿No te gustaría sentir tu piel estremecida, recuperar la luz de tus ojos, la luminosidad de tu sonrisa? ¿Tus ganas de meterte al gimnasio para ser visto como antes?
Míralo, mirarte. Sientes ñáñaras, un roce apenas, el cosquilleo del amor, algo indefinible que tú, casada, comprometida, no deberías sentir. ¿Desde cuándo no escuchabas los piropos que te dice? ¿No te gustaría tener nuevas ilusiones? ¿Alguien que te revalore, que te suba la autoestima, que te saque de las rutinas, del desencanto?
La música te empieza a gustar otra vez, bailas y cantas, y hasta el trabajo que odias lo desempeñas con gusto.
Esa persona se te clava en la frente como un clavo ardiente, te acelera el corazón. Son amores que alzan los deseos y humedecen las guaridas más secretas.
¿Te acuerdas de cómo comienza todo esto? Te habías fatigado, cada vez más te quejabas de la opaca y doméstica dicha conyugal, habías hecho un alto en el camino, escrutaste el horizonte y no percibiste peligro alguno, te olvidaste, incluso, que estabas en la jungla y te atreviste a abandonar tus armas de guerrero por un momento, te despojaste de la armadura que siempre te había protegido y comenzaste a sentir el aire limpio, la lluvia fresca, las caricias, el agua de los arroyos cristalinos, las yemas de los dedos de sus dedos en tu piel, sus besos como si saborearas jugosas rebanadas de sandía, racimos de uvas... Quizá te emborrachaste un poco, te dormiste y soñaste con que la selva de la vida se podía organizar en dóciles jardines y huertos domésticos...
Mírala, mírate. El amor aumenta la autoestima. Quien ama se ama a sí mismo porque el espejo de los ojos del otro lo ennoblece y embellece. El que ama, ama sus propias posibilidades de ser otro. Le sonríes, y ella coquetea. Sabes que son territorios vedados y peligrosos, pero te gusta y tú no le eres del todo indiferente. La vida se vuelve una fiesta, una fiesta brava, por cierto, y tú agitabas un paño rojo frente al rostro angelical que encubre a un toro de Miura, emoción y adrenalina, sí, pero también los peligros de la aventura. Nunca pensaste que la fiesta pudiera terminar para ti con una cornada en el costado izquierdo, el lado del corazón.
Por más virtuoso que seas, nada se puede hacer contra las fuerzas del amor loco. El vicio siempre se sale con la suya, porque es la esencia de tu más auténtica naturaleza. La virtud te recompensará con el cielo; en cambio el vicio te lo brinda de inmediato. Luego... bueno esa es otra historia, el asunto es que esta persona te aficionaste, no era tuya.
Con el amor nunca han estado claras las reglas. ¿Cómo se te ocurre? ¿De veras piensas que todo lo mantienes bajo control? ¿De veras creíste en ese cuento de que no debían enamorarse? ¿De que no se mezclaría la miel con la cicuta? ¿Que no se enterarían los demás? ¿Que no sufrirían terceros?
Son amores locos, transgresores –además, no hay de otros, si son reales–; en su naturaleza está romper todo código, ir más allá de lo pactado.
Disfruta el instante; mírala sin que nadie se dé cuenta; enreda tu historia con la de ella en los subterráneos del corazón; dile que ella es tu gloria, tu paraíso.
Es más escandaloso no saber amar
La felicidad no es un buen tema para las canciones que tu alma elige. Las historias amorosas necesitan ingredientes de riesgo y aventura.
Víctor Hugo solía decir que las cadenas del matrimonio son harto pesadas y que por eso convendría cargarlas entre tres. Las mujeres de hoy seguramente le responderían: “Sí, Víctor Hugo, tienes razón, pero asegúrate que la tercera persona sea un hombre joven y fuerte”.
Los amantes van en busca de un poco de cielo, de alguna nube, y aunque entre a un campo de batalla, ellos llegan tomados de la mano, besándose, enredando sus almas en un apasionado cuerpo a cuerpo. Ignoran que el amor es una criatura que se arrastra como las serpientes y que tienta como los dioses; que su historia es sencilla y corta y sucede entre una sonrisa y la muerte; que escribe sus memorias sobre viejas partituras, con besos y arrumacos, pero también con la sangre de las nuevas desdichas.
Ah el amor: ¿lo has vivido? Su corazón en mi corazón, su rostro encarcelado en mi mirada, mi nombre dicho por sus labios, su ser que no logro asir con palabras y abrazos pero que ya siento mío, y sin embargo se escurre, se extravía en mí y conmigo y sin mí.
El amor es un sedante, un anestésico que mitiga los dolores de la vida. Esa persona se te clava entre ceja y ceja como un clavo ardiente y te acelera el corazón. Son amores que levantan los deseos y humedecen las guaridas más secretas.
Fuente: eldiariodechihuahua.mx
manuelgandaras@hotmail.com
EA
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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