DESAMOR: EL ESPECTÁCULO MÁS TRISTE DEL AMOR. Por: ALFREDO ESPINOSA.
Por:
Compártelo en:
El amor posee una naturaleza salvaje. Cuando pretendemos asirlo se escabulle; encerrarlo en nuestro corazón y nos esclaviza, controlarlo y en sus manos nos convierte en marionetas tristes. Cuando nos abandona, conocemos de su ferocidad tanto como un amputado insensato que alguna vez midió fuerzas contra el ferrocarril.
De pronto, los que estaban soldados, se oyen decir con perplejidad: Ni yo mismo sé quien soy sin ti. Fuiste mi casa y yo la tuya, y sin embargo, al darle vuelta a la página somos unos desconocidos. Te descubro otra, hermosa todavía, pero ya incapaz de mirar en tus ojos los resplandores de la medianoche ni beber de tus labios el licor que me hacía decirte “eres mía, soy tuyo”.
De nadie es la culpa: se detuvo la máquina fabuladora del amor, y henos aquí, mirándonos, desnudos en toda nuestra mísera y esplendorosa humanidad.
El espectáculo más triste del amor es el desamor. Ya no son aquellos que deseaban reparar sus corazones lacerados; ahora se teme que esas mismas manos sean para nosotros zarpas homicidas. No es orgullo; nada tienen que perdonarse, simplemente ya no son aquellos que sus corazones amaban.
Ahora `pueden entender esta inútil trigonometría algebraica de poética contundencia:
Los que se aman son dos
y cuando se suman
son uno: dos mitades
Desdicha: la mitad
partida en dos
2.- “La despedida es más que una dulce pena; nos separa de alguien a quien estamos soldados” escribe Diane Ackerman, y es que todo equilibro es precario entre dos personas autónomas; todo lazo se fragiliza si alguno de los dos lo tensa insensatamente. La pareja presuntamente madura puede ser sorprendida en cualquier momento por una demanda insatisfecha, por una tentación, por un inesperado ataque contra sus fortalezas, por un arrobamiento inesperado. Una mirada, apenas, una sonrisa, un desliz, pueden convertirse en una catástrofe. La dicha que a otro (a) se da, es la desdicha para uno (a). Y recuerden que los golpes más demoledores los recibimos, no de nuestros enemigos, sino aquellos que amamos.
Quizá la sabiduría más honda a la que puede arribar una la pareja es la de conocer que el amor fluye transformándose constantemente, pero por desgracia las criaturas que unió en su nombre no logran, frecuentemente y en su abrumadora mayoría, adaptarse con la rapidez y eficiencia que requiere ese río de corrientes insólitas que es el tiempo y sus accidentes. Y eso abre una hendedura que presagia la separación de los amantes.
Nuestra antigua naturaleza, relata Platón, no era la misma que ahora. En un principio los hombres eran el uno y el otro, juntos y unidos, y poseían una forma era circular. Un día, Zeus, - según Aristófanes en su célebre alocución en “El Banquete” de Platon - queriendo castigar al hombre sin destruirlo, lo cortó en dos partes y desde entonces, “cada uno de nosotros es símbolo de un hombre, una mitad que busca otra mitad, su símbolo correspondiente”. Para curar la antigua herida, Zeus, tras haberla infligido, envió a Amor: “Pues Amor es el más filantrópico de los dioses, al ser auxiliar de los hombres y médico de las enfermedades tales que, una vez curadas, habría la mayor felicidad para el género humano”.
El amor es el rastro de una laceración. Se busca al otro para que consuele, para que repare daños, para que complete y complemente.
El amor no puede elegirse: se da. Y cuando se da, traspasa el cuerpo deseado y busca el alma.
El amor es una serie de fenómenos que no son decididos por la pareja sino por el tiempo, el lugar y la circunstancia en los que se vive. El amor viaja en trenes rápidos o en barquitos de papel, pasea en ruedas de la fortuna o se tira del bongie. Nadie puede adivinar si siendo apacible o adrenalinofílico podrá ser más perdurable o intenso.
¿Y cómo nos tocan las llamas del averno? Donde se presume de fortaleza, ahí está la debilidad: dos que se unen sin asfixiarse están expuestos a los riesgos propios de prolongar las distancias y las separaciones. Las hendiduras se pueden transformar en abismos. Aquello que los unió será lo mismo que los separe.
3.- Es fácil decir “amor”. Pero lo que se esconde tras esa palabra solamente lo conoce el diablo.
Umberto Galimberti
El amor es asaltado por cuatro demonios, por lo menos. Los demonios son legión, y montoneros cuando atacan. Despiadados y de naturaleza rijosa luchan entre ellos para imponer su jerarquía. Lo terrible de todo esto es que el territorio de estas pugnas sucede en los tiernos corazones de los enamorados, en las revueltas mentes de los despechados, en las almas sensibles de los amantes desdichados.
Hay demonios contentos con su peculiar forma de imponer el mal, pero otros, los más osados, persisten en la creación de nuevos tormentos entre las diversas expresiones de los dolores humanos. Son incontables los crímenes que han invocado el nombre del amor como móvil de las ciegas acciones violentas. Abra la página roja de los periódicos y encontrará la trágica conclusión de una historia de dos personas que, según los múltiples comentarios de sus conocidos y otros morbosos que involuntariamente fueron testigos de esos hechos traumáticos, la pareja volaba sin necesitar de nadie cuando empezaron a tomarse de las manos.
Las historias de amor no parecen tener finales felices sino fatídicos. Quizá esa sea la naturaleza del amor, compleja y contradictoria. El amor magnifica cualidades y borra defectos; y desamor que sobredimensiona los defectos y difumina las virtudes.
¿En qué momento se apoderan los demonios del amor entre una pareja?
¿Quién, o qué, determina el tipo de demonio que habrá de manifestarse con mayor iracundia en nuestro ser? ¿Poseen estos demonios, como si se tratase de un asesino serial, un modo de herir, perturbar, matar? ¿Existe en cada persona fuerzas inconscientes que en secreto los invocan? ¿Existe un modelo que se estructura en la infancia y se reedita en cada relación? ¿El modo en que la pareja se relaciona y el tipo de daño que se hace cuando se separan determina la ruta de sufrimiento que habrán de seguir? ¿Existe en los genes un modelo predeterminado en cada persona que, ante una situación dolorosa, eche a andar una maquinaria emocional que no podrá detenerse sino hasta el descarrilamiento?
Muchas preguntas y un solo hecho incontrovertible: no hay golpes más dolorosos y heridas más profundas que los infligidos por aquellos a quienes amamos.
Las formas con que estos demonios atacan son de distintas e impredecibles pero todas letalmente efectivas: el demonio de la posesión, el de la pérdida, el del aniquilamiento, y por último, el de la desesperanza. Cada uno de ellos devasta su territorio de un modo preciso y fatal: el demonio de la pérdida, quiebra el corazón; el de la posesión, lo envenena; el del aniquilamiento, lo roe hasta devastarlo; el de la desesperanza, lo marchita.
¡Qué te protejan los dioses cuando el amor te abandona!
(Los libros de este autor, Alfredo Espinosa, se encuentran a la venta en Librería Kosmos: Neri Santos 111. A un lado de las fuentes danzarinas)
Comentarios:
alfredo.espinosa.dr@hotmail.com
Fuente: manuelgandaras@hotmail.com
EAM
|
...............................................
...............................................
|
Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
|