Por: J. M. Rentería
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Un cuento…
Sueño borracho
Por Jesús Manuel Rentería
La mujer se encuentra sentada frente a uno de los extremos de la barra. Yo estoy sentado en el otro.
Esa posición me permite ver su reflejo en el sucio espejo de la contrabarra.
Es morena, no muy agraciada. Su piel, ajada prematuramente muestra las huellas de muchas batallas –todas perdidas—en los cuartos de los hoteles “de un rato”. Su cuerpo es más bien delgado. Sólo el vientre es algo prominente seguramente por la inflamación a causa de la ingesta diaria y excesiva de alcohol. Sus pechos son pequeños y fláccidos, --vieja seca – dirían algunas señoras-- El cabello castaño algo grasoso, la ropa arrugada y el maquillaje corrido son muestra clara de que aún no ha ido a casa. Quizá probablemente viene de saciar los instintos de algún amante ocasional.
Está muy quieta. La mirada perdida, como si se negara a posarse en un punto definido. El cigarrillo que tiene en la mano derecha escapa y cae al piso. Ella ni siquiera se percata de ello.
De pronto sus párpados inician un rápido movimiento, como si estuviera en una de las fases MOR del sueño, en los que la gente tiene los sueños más vívidos que son los que recuerda con toda claridad al día siguiente. Su expresión facial cambia de repente. Está soñando. Por alguna extraña razón percibo su sueño, lo veo con la misma claridad que ella misma. Su ceño se frunce. Su boca se contrae en un rictus de furia. Crispa sus puños. Sueña con su exmarido a quien culpa de su situación actual de abandono, de prostitución, alcohol, de drogas. De lo vacío de su vida. De lo negro de su futuro.
Su expresión se suaviza. Esboza una sonrisa. –sigue su sueño— Por sus mejillas resbalan algunas lágrimas. Está soñando con su madre. Se siente protegida en su regazo. Arrullada con una canción de cuna. Amparada por esos brazos protectores. Su gesto se hace aún más dulce. Sueña con su pequeña. Morena como ella. Siente la caricia de sus tibias manecitas y como la pequeña le susurra al oído ¡mami!
El movimiento de sus párpados cesa. Abre los ojos desdibujados por el corrido rímel. Apura el último sorbo de su tequila. De su bolso extrae un billete que arroja sobre la barra. Repasa un poco su arrugado vestido y con paso vacilante se dirige a la salida todavía con aire ausente.
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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