Por: J. M. Rentería
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Un poco después de las siete de la tarde, cuando ya el resto de los empleados se han retirado, sólo hay luz en dos de los cubículos, el de Alfonso, muy cerca de la puerta principal, y el de Rodolfo al fondo, distantes quizá 15 metros el uno del otro.
Los dos sufren de una marcada inclinación a “chatear” en el facebook, en Rodolfo esta inclinación toma tintes de obsesión enfemiza, de tal manera que permanece horas después de la hora de salida precisamente en esa práctica. En casa no puede hacerlo debido a que su esposa le recrimina esta adicción que le resta demasiado tiempo a la convivencia familiar y que incluso la ha llevado a pensar en la posibilidad de un divorcio, tal es la magnitud del problema que Rodolfo trata de minimizar.
Alfonso, de 35 años de edad, soltero y –según sus propias palabras—en constante búsqueda de una pareja sentimental, suspende un momento su actividad en la computadora y se dirige al fondo de la oficina, al cubículo de Rodolfo, quien apenas nota su presencia totalmente absorto en el “chat”.
--No te claves tanto en eso, de perdida metete de vez en cuando a alguna página cultural para que le cambies un poco, --bromea Alfonso ante el silencio de Rodolfo quien sin apartar la vista del monitor se limita a asentir con la cabeza, seguramente sin escuchar a Alfonso, quien se dirige nuevamente a su lugar.
Luego de casi dos horas de frenético “chateo”, Alfonso escucha un espeluznante y larguísimo grito que proviene del fondo de la oficina, justo del lugar de Rodolfo. Luego otros gritos de espanto y dolor mezclados con jadeos y gruñidos que hacen pensar en una bestia de gran tamaño. Después algo parecido a un cuerpo que es arrastrado. Finalmente el total silencio.
Tratando de dominar un creciente pánico, Alfonso llega al sitio que ocupa Rodolfo y ve un escenario que le produce un profundo escalofrío, huellas de pelea principalmente en el escritorio y un charco de sangre justo sobre y debajo del teclado de la computadora. Luego un rastro también de sangre que inicia justo ahí, sigue por el piso, continua por una de las paredes y el techo hasta desaparecer en la rejilla del aire acondicionado, como si algo fuera arrastrado hasta allí.
Presa aún del horror Alfonso apenas acierta dar parte a las autoridades vía telefónica, después de ello vuelve la vista al monitor de la computadora de su compañero y se percata de que éste en los minutos previos estuvo en el chat con alguien que se hace llamar “La cosa”, y le inquietó sobremanera que la conversación fue en un idioma o dialecto extrañísimo que nunca supo fuera del dominio de Rodolfo, quizá uno de esos idiomas “muertos” que fueron utilizados hace miles de años. “La cosa” dos palabras que quedaron grabadas como a fuego en la cabeza de Alfonso.
Siguiendo un desconocido impulso sale del chat y apaga el equipo. A los pocos minutos llega la policía y sigue el protocolo en casos como ese, incluída la declaración de Alfonso como único testigo del rarísimo e inexplicable acontecimiento que nunca fue esclarecido.
Tres días después, Alfonso “chateaba” en su casa –se juró nunca quedarse en la oficina en horas inhábiles—en algún momento, una de las ventanas de la página inició un fugaz parpadeo y apareció la leyenda “la cosa te envió un mensaje”…..
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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