MI HIJO NORMALISTA
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Imagina que tienes un hijo, si ya lo
tienes, imagínate quitándote el
pan de la boca,
trabajando de sol a
sol para el. Lo ves crecer con el
orgullo de tu sacrificio y lo
imaginas un día llegando alto,
mucho más de lo que tú pudiste
llegar. Sabes que el sufre por no
poder estar contigo y tú a la vez
sacrificas su presencia con la
esperanza de ver coronada la
espera cuando algún día lo llamen
“maestro”; porque como tú no
pudiste estudiar, en la calle te
hacen de menos, en los grandes
festines tú no tienes lugar, y
existen un sin número de cosas a
las que jamás tuviste acceso y no
quieres lo mismo para él.
Lo has visto partir tantas veces con
el estómago vacío, y ha logrado
llegar hasta la carrera aun cuando
pedaleaba horas en bicicleta para
ir a la escuela, cuando se enfermó
y no le compraste sus medicinas,
cuando se levantaba de madrugada
e iba con sus ropas rasgadas en
épocas de frío, y se pasaba el año
con una sola libreta para todas sus
materias; o a qué a veces, cuando
te mandaban llamar a su escuela,
no podías ir porque no tenías
dinero, o no tenías donde dejar a
sus hermanitos o no te dio permiso
el “patrón” o a la “patrona”.
Imagina que en tu casa no hay
televisión, ni tienes celular, pero te
avisaron que tu hijo está detenido,
que paso “algo” y “que se lo
llevaron al ministerio público de
Iguala”, dejas todo, pides
prestados unos centavos y corres
con la policía. Nadie te da razón,
vas a la escuela, preguntas a otros
padres y todos están igual que tú,
tienes hambre, ya entro la noche, y
nadie parece saber nada. Después
de algunos días te enteras que
dicen en los noticieros que ya
apareció tu hijo; el corazón te da
un vuelco, pero dicen los demás
que en una “fosa común”, como no
entiendes muy bien el español le
preguntas al de al lado – ¿qué es
eso?- y te responde que es “donde
tiran muertos”. No lo crees, no lo
entiendes y corres a preguntar sin
soltar la foto con su rostro ¿dónde
está tu hijo? ¿A dónde lo llevaron?
¿Quién se lo llevo? Un reportero se
para y te pregunta, echas a llorar,
le cuentas como era tu hijo y le
pides ante una cámara que si te
está viendo que regrese, que lo
extrañas, y no hay respuesta.
Ya llevas días enteros ahí sentado,
y cada vez que llega alguien te
acercas a ver si hay noticias, no
has podido comer, ni piensas en
bañarte, no logras hallar descanso
ni de noche, ni de día.
Por momentos te sientas a
recordarlo, a llorar
desconsoladamente y a
preguntarte: ¿por qué? ¿Por qué se
lo llevaron si a él solo le gustaba
jugar futbol? ¿Por qué si el solo
quería ayudar a sus hermanos
menores? ¿Por qué si solo buscaba
un mejor futuro? porque si solo
quería ser maestro?
Tu hijo podría ser Yosivani, el
menor de 7 hermanos, que salió de
la secundaria con un promedio de
9.8 y estudiaba para maestro
porque el dinero no alcanzaba
para costear otra carrera; o podría
ser el “frijolito” que
desinteresadamente dono su
sangre a un enfermo que ni
conocía; o Jorge que hace unos
días cumplió años y hablaste por
teléfono con él y le prometiste
hacerle su comida favorita, el
mismo que te cantaba y tocaba la
guitarra mientras hacías tortillas.
Imagina a tu hijo caminando lleno
de miedo por un camino obscuro,
empedrado y solitario y a punta de
pistola; imagina que lo hincan y lo
hacen a cavar su propia tumba,
mientras oye como van matando a
sus demás compañeros, sabe que
él puede ser el siguiente. Le
rompen los huesos, lo rocían con
algo que él no sabe que es… y le
prenden fuego.
Queman sus sueños. Tus sueños. A
tu amado e inocente hijo. Luego lo
cubren con ramas y tierra y lo
abandonan.
¿Pero sabes qué? afortunadamente
esta historia no es la tuya. ¡No eres
tú ni es tu hijo! Hoy no te toco a ti,
hoy lloran en casa del vecino, pero
eso no debería significar que
permanezcas impávido, apático,
insensible. Las injusticias llegan
por todos lados y cuando menos lo
esperas te ves envuelto en una de
ellas, y será entonces cuando
desearas que tu voz gastada tenga
eco en los demás que tienen mejor
suerte que tú.
Tus condolencias, mis condolecías
y los “perdone usted” de la clase
política que encubro a los asesinos
no sirven de nada, inclusive la
propia aplicación de la justicia de
poco puede servir cuando se trata
de sanar dolores como este, pero al
exigirla al menos nos daría la
tranquilidad de saber que nos
unimos como pueblo, y que sus
muertes no fueron del todo en
vano.
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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