Por: J. M. Rentería
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La llamada
Por Jesús Manuel Rentería
Son las ocho de la noche. Una docena de adultos mayores, luego de la merienda sostienen una charla de sobremesa en el amplio comedor del asilo que los alberga. Es un sitio que podría considerarse de lujo.
La llamada
Por Jesús Manuel Rentería
Son las ocho de la noche. Una docena de adultos mayores, luego de la merienda sostienen una charla de sobremesa en el amplio comedor del asilo que los alberga. Es un sitio que podría considerarse de lujo.
Todos ellos –como gente bien educada—escucha sin interrumpir a quien tiene la palabra y cuenta cosas de su vida, que si su hijo es abogado, otro contador público y la hija menor recién y felizmente casada con un rico arquitecto. Alguien más comenta que son sus dos hijos varones los que administran el rancho de 300 hectáreas que da sustento a sus familias y con lo que se cubre la elevada mensualidad del asilo de ancianos, institución privada que cuenta con confortables instalaciones que con seguridad hacen casi agradable la vida a quienes ahí pasarán los últimos días.
Una dama quizá de algunos setenta años y un porte altivo y aristocrático, vestida toda de blanco y que usa los cubiertos con finos modales. Lleva en la cabeza un turbante también blanco y un precios camafeo en la frente –toda una dama—dice estar feliz porque a la mañana siguiente vendrán sus hijos y nietos por ella para festejar en casa su cumpleaños.
Cerca del comedor, cómodamente sentado en un sillón de cuero, un hombre robusto, de pelo completamente blanco y pulcramente vestido, sostiene en las manos un libro que en ningún momento abre. Se trata de Don Manuel Carrasco, hombre de casi ochenta años de edad quien sus mocedades fue un robusto hombretón con cuyas fuertes manos logró arrancarle a la tierra los frutos de los que hoy disfrutan sus hijos.
Como todos los sábados, despues de la merienda, Don Manuel se ha retirado a la sala en donde espera la llamada del menor de sus vástagos. Exactamente a las 8 de la noche con quince minutos el hombre saca su teléfono celular de uno de los bolsillos de su saco y contesta:
--Bueno, que tal hijo, si acabo de merendar…
--. . . . . .
--si como siempre, esperando tu llamada…
--. . . . . .
Todos los se encuentran en derredor de la mesa del comedor, como puestos de acuerdo, suspenden la charla, están pendientes de la conversación de Manuel
--Si hijo, entiendo que tu y tus hermanos se encuentran casi siempre de viaje, no te preocupes.
--. . . . . . .
--¿Cómo están todos¿
--.. . . . .
--Que bueno, un abrazo y un beso a todos.
--Parsimoniosamente Don Manuel guarda su celular, se coloca el libro bajo el brazo, se dirige a la mesa y con voz grave y encogiendo los hombros a guisa de disculpa se dirige a sus compañeros. Me voy a dormir, que tengan buena noche.
A paso cansado se encamina a su habitación. Abre la puerta, se sienta en la cama. Reprime un sollozo y saca del bolsillo su teléfono celular. Aparato que en realidad no suena desde hace meses….
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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