Por: J. M. Rentería
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Un cuento
! Primero muerta !
Por Jesús Manuel Rentería
¡ Primero muerta ¡, casi le escupió en la cara la hermosa e imponente muchacha al enclenque e insignificante joven sentado frente a ella en una mesa de la cafetería del Campus Universitario en el
Ella, Sabrina Escalante, rubia, alta, de cutis sin imperfección alguna, nariz pequeña y recta, ojos de un azul intenso, labios rabiosamente rojos, porte altivo y distinguido y un cuerpo que despertaría los más adormecidos instintos de cualquier hombre, senos turgentes, breve cintura, y un trasero espectacular, integrante de la porra de todos los equipos deportivos, toda una belleza, y por si eso fuera poco, hija de uno de los empresarios más exitosos del Estado. Lleva puestos unos “jeans” que difícilmente pueden contener “todo aquello”, un jersey blanco con vivos azules y rojos que combina perfectamente con sus “converse” también blancos
El, Pablo Montes, de complexión delgadísima, estrecho de hombros, bajo de estatura, cuello largo y delgado –de pollo, dicen algunos— ojillos de mirada inteligente en los que se aprecia un perenne dejo de tristeza. Porta un pantalón de vestir color gris con el brillo característico de la tela que ya ha sido planchada incontables veces y que es herencia de su hermano mayor, camisa blanca amarillenta que indefectiblemente lleva abotonada hasta el cuello. Todo este conjunto le confiere la imagen del estudiante que se dedica de lleno a sus deberes escolares y es poco o nada afecto a las actividades deportivas o recreativas dentro de la Universidad. A algunos compañeros –no a muchos—les ha confiado que en sus ratos libres ayuda en la atención del negocio familiar sin especificar de que negocio se trata.
--Yo creí que me habías citado aquí para hablar de mi tesis, y resulta, idiota, que me sales con la estupidés de que sea tu novia, ¡imbécil!, primero muerta antes de permitir que me pongas una mano encima, grita la preciosa rubia, primero a gritos y después masticando con lentitud las palabras presa de una furia inimaginable, sobre todo en tan bella criaturita. Se levanta violentamente, de un manotazo también violento se retira un rubio mechón que le cae sobre la cara, descarga su puñito crispado en la mesa y se retira cimbreando su inquietante anatomía, como mostrando a su enamorado todo aquello que nunca será suyo.
A punto del llanto, en buena parte por haber sido avergonzado delante de sus compañeros de clase, Pablo recoge con pesar sus libros, retira el refresco que nunca probó y a paso rápido sale del local.
Semanas después, Pablo llega hasta el lugar que Sabrina ocupa en el aula, le entrega un disco compacto y una memoria USB mientras le dice escuetamente: Aquí está tu tésis ya corregida. La muchacha se levanta, toma ambos objetos, y con un gesto que intenta ser amable y tierno le dice: Seguro hiciste un buen trabajo y eso lo aprecio mucho, pero de ahí a que pretendas que seamos novios…. deja inconclusa la frase y se va después de hacerle un cariño en la mejilla.
Luego del paso de varios días, Pablo nota la ausencia de Sabrina en la clase, quizá está indispuesta –piensa— ella no llega en toda la mañana, termina la jornada y Pablo se retira a casa presa de una extraña inquietud por la inusual ausencia de su amada. Llega a casa y su Padre le dice: Tienes que hacer después de la comida, nos trajeron un cuerpo que hay que preparar, creo que murió de un infarto la madrugada de hoy le informa lacónicamente.
Luego de comer, Pablo se dirige al cubículo en el que son preparados los cadáveres, entra y se coloca frente al cuerpo cubierto con un lienzo blanco que yace en la fría plancha de concreto, con lentitud se pone una bata y los guantes de látex y procede a retirar la sábana. Al hacerlo, su ya de por si pálido rostro palidece aún más. Con horror descubre que la que yace en el sitio es su amada Sabrina, su inalcanzable Sabrina. Contempla ese perfecto cuerpo alabastrino ya sin vida que todavía unas cuantas horas le robaba a él su propio aliento. Alborota los rubios cabellos y aspira el suave perfume que todavía conserva y que tantas veces lo llevó a un estado de éxtasis al paso de Sabrina por los corredores de la escuela.
Parsimoniosamente se quita los anteojos y los guantes de látex y durante interminables minutos recorre con trémulas manos cada centímetro de esas morbideces que siempre le estuvieron vedadas, frías ahora y más duras aún por el rigor mortis. Se llena la vista y las manos de ese fruto prohibido. Finalmente besa los ojos ahora cerrados y deposita un amoroso, candoroso ósculo en los labios largamente anhelados. Entonces restallan en su cerebro las palabras que semanas antes escuchara de la entonces sensual boca de su adorada Sabrina…. ¡ primero muerta ¡….
Por: Jesús Manuel Rentería
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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