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LA FORTUNA
Por: J. M. Rentería
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Un poco antes de las cuatro de la tarde se encuentra Ernesto detrás de la barra de “Las Delicias”. Con trabajos zurce su viejo y único pantalón. Huelga decir que bajo el mandil solamente estaban sus también únicos calzoncillos.
Después de terminada casi satisfactoriamente la labor, Ernesto se enfunda su pantalón. Ante la ausencia de clientes “mata el tiempo” limpiando la barra y contrabarra.
--Ya mero llega el patrón—piensa, -- espero que traiga “lana” para que me pague el día, no tuve ni un pinche cliente.
Por asuntos del destino y un algo por la tomada, Ernesto está separado de su familia y pernocta, como varios compañeros de infortunio a las afueras de los hospitales locales. Ahí hay que soportar el ataque de los moyotes en tiempo de calor y los “friazos” de diciembre y enero, aunque seguramente lo más difícil de soportar es el sentimiento de soledad que casi nunca lo abandona y que se acentúa dolorosamente por las noches hasta causarle un dolor físico, una intensa opresión en el pecho.
--Que hay?, dice el patrón de Ernesto a manera de saludo al llegar a la cantina pasadas las cuatro de la tarde.
--Muy flojo, no he vendido ni madre—responde mientras se quita el raído y percudido mandil.
--Que le vamos a hacer—dice el jefe mientras saca de su cartera algunos billetes y los pone en la barra, es el jornal de Ernesto.
Recoge su dinero y se dirige a la taberna en la que habitualmente se toma algunas cervezas hasta llegada la hora de irse a dormir. Se sienta en uno de los bancos de la barra. Está extrañamente callado. No responde a las bromas de los conocidos. Ni las mentadas de madre lo sacan de su raro mutismo. No pide ni una “Cheve”. De pronto, el pregón de un “billetero” alerta todos sus sentidos y sin siquiera pensarlo compra varios “cachitos” para el sorteo de esa noche de la Lotería Nacional. Pasan las horas y Ernesto no puede liberarse de una extraña agitación y de vez en cuando toca con su mano los billetes de lotería que atesora en el bolsillo de su camisa.
Un poco antes de las diez de la noche llega hasta el sitio en que Ernesto dormita el vendedor de billetes, quien entusiasmado le grita ¡le pegaste al “gordo”! mañana vengo por ti tempranito para que lo cobres.
Es inútil decir que esa noche Ernesto no pudo dormir y al día siguiente, luego de cobrar su premio y retirar una importante suma en efectivo, Ernesto estacionó su automóvil recién adquirido frente a la cantina, pasó al interior y con ese aire de suficiencia que da el dinero gritó al cantinero, ¡ cerveza para todos , este día yo pago todo!
--¡ que traes cabrón! Le respondió el de la barra sin voltear siquiera a verlo, con que pagas si te mantienes bien prángana.
--¿Con esto tienes guey? Lo increpó Ernesto mientras arrojaba sobre la superficie de madera un fajo de billetes.
Se volvió el empleado y reparó en el “Look” de su interlocutor. La camisa y pantalón raídos y sucios habían sido sustituidos por una indumentaria vaquera “nuevecita” complementados por unas botas “piteadas” a tono con el cinturón, de reojo, el cantinero vió también los billetes sobre la barra y con una amplia sonrisa dijo: ¡Estamos para servirle patrón!
A partir de ese día Ernesto vivió los tres o cuatro meses mas enajenantes de su vida, no le faltaron amigos ni amigas, cambió por completo su estilo de vida, los dueños de las cantinas lo localizaban donde estuviera…..hasta que el dinero se agotó… y también el automóvil y las joyas ..y todo.
Ernesto regresó a dormir a las afueras de los hospitales, comprando --cuando podía-- uno o dos “cachitos” de lotería, para finalmente morir casi en el abandono sin que la Diosa Fortuna se acordara otra vez de él.
Un cuento
La fortuna
Por Jesús Manuel Rentería
Un poco antes de las cuatro de la tarde se encuentra Ernesto detrás de la barra de “Las Delicias”. Con trabajos zurce su viejo y único pantalón. Huelga decir que bajo el mandil solamente estaban sus también únicos calzoncillos. Después de terminada casi satisfactoriamente la labor, Ernesto se enfunda su pantalón. Ante la ausencia de clientes “mata el tiempo” limpiando la barra y contrabarra.
--Ya mero llega el patrón—piensa, -- espero que traiga “lana” para que me pague el día, no tuve ni un pinche cliente.
Por asuntos del destino y un algo por la tomada, Ernesto está separado de su familia y pernocta, como varios compañeros de infortunio a las afueras de los hospitales locales. Ahí hay que soportar el ataque de los moyotes en tiempo de calor y los “friazos” de diciembre y enero, aunque seguramente lo más difícil de soportar es el sentimiento de soledad que casi nunca lo abandona y que se acentúa dolorosamente por las noches hasta causarle un dolor físico, una intensa opresión en el pecho.
--Que hay?, dice el patrón de Ernesto a manera de saludo al llegar a la cantina pasadas las cuatro de la tarde.
--Muy flojo, no he vendido ni madre—responde mientras se quita el raído y percudido mandil.
--Que le vamos a hacer—dice el jefe mientras saca de su cartera algunos billetes y los pone en la barra, es el jornal de Ernesto.
Recoge su dinero y se dirige a la taberna en la que habitualmente se toma algunas cervezas hasta llegada la hora de irse a dormir. Se sienta en uno de los bancos de la barra. Está extrañamente callado. No responde a las bromas de los conocidos. Ni las mentadas de madre lo sacan de su raro mutismo. No pide ni una “Cheve”. De pronto, el pregón de un “billetero” alerta todos sus sentidos y sin siquiera pensarlo compra varios “cachitos” para el sorteo de esa noche de la Lotería Nacional. Pasan las horas y Ernesto no puede liberarse de una extraña agitación y de vez en cuando toca con su mano los billetes de lotería que atesora en el bolsillo de su camisa.
Un poco antes de las diez de la noche llega hasta el sitio en que Ernesto dormita el vendedor de billetes, quien entusiasmado le grita ¡le pegaste al “gordo”! mañana vengo por ti tempranito para que lo cobres.
Es inútil decir que esa noche Ernesto no pudo dormir y al día siguiente, luego de cobrar su premio y retirar una importante suma en efectivo, Ernesto estacionó su automóvil recién adquirido frente a la cantina, pasó al interior y con ese aire de suficiencia que da el dinero gritó al cantinero, ¡ cerveza para todos , este día yo pago todo!
--¡ que traes cabrón! Le respondió el de la barra sin voltear siquiera a verlo, con que pagas si te mantienes bien prángana.
--¿Con esto tienes guey? Lo increpó Ernesto mientras arrojaba sobre la superficie de madera un fajo de billetes.
Se volvió el empleado y reparó en el “Look” de su interlocutor. La camisa y pantalón raídos y sucios habían sido sustituidos por una indumentaria vaquera “nuevecita” complementados por unas botas “piteadas” a tono con el cinturón, de reojo, el cantinero vió también los billetes sobre la barra y con una amplia sonrisa dijo: ¡Estamos para servirle patrón!
A partir de ese día Ernesto vivió los tres o cuatro meses mas enajenantes de su vida, no le faltaron amigos ni amigas, cambió por completo su estilo de vida, los dueños de las cantinas lo localizaban donde estuviera…..hasta que el dinero se agotó… y también el automóvil y las joyas ..y todo.
Ernesto regresó a dormir a las afueras de los hospitales, comprando --cuando podía-- uno o dos “cachitos” de lotería, para finalmente morir casi en el abandono sin que la Diosa Fortuna se acordara otra vez de él.
Un cuento
La fortuna
Por Jesús Manuel Rentería
Un poco antes de las cuatro de la tarde se encuentra Ernesto detrás de la barra de “Las Delicias”. Con trabajos zurce su viejo y único pantalón. Huelga decir que bajo el mandil solamente estaban sus también únicos calzoncillos. Después de terminada casi satisfactoriamente la labor, Ernesto se enfunda su pantalón. Ante la ausencia de clientes “mata el tiempo” limpiando la barra y contrabarra.
--Ya mero llega el patrón—piensa, -- espero que traiga “lana” para que me pague el día, no tuve ni un pinche cliente.
Por asuntos del destino y un algo por la tomada, Ernesto está separado de su familia y pernocta, como varios compañeros de infortunio a las afueras de los hospitales locales. Ahí hay que soportar el ataque de los moyotes en tiempo de calor y los “friazos” de diciembre y enero, aunque seguramente lo más difícil de soportar es el sentimiento de soledad que casi nunca lo abandona y que se acentúa dolorosamente por las noches hasta causarle un dolor físico, una intensa opresión en el pecho.
--Que hay?, dice el patrón de Ernesto a manera de saludo al llegar a la cantina pasadas las cuatro de la tarde.
--Muy flojo, no he vendido ni madre—responde mientras se quita el raído y percudido mandil.
--Que le vamos a hacer—dice el jefe mientras saca de su cartera algunos billetes y los pone en la barra, es el jornal de Ernesto.
Recoge su dinero y se dirige a la taberna en la que habitualmente se toma algunas cervezas hasta llegada la hora de irse a dormir. Se sienta en uno de los bancos de la barra. Está extrañamente callado. No responde a las bromas de los conocidos. Ni las mentadas de madre lo sacan de su raro mutismo. No pide ni una “Cheve”. De pronto, el pregón de un “billetero” alerta todos sus sentidos y sin siquiera pensarlo compra varios “cachitos” para el sorteo de esa noche de la Lotería Nacional. Pasan las horas y Ernesto no puede liberarse de una extraña agitación y de vez en cuando toca con su mano los billetes de lotería que atesora en el bolsillo de su camisa.
Un poco antes de las diez de la noche llega hasta el sitio en que Ernesto dormita el vendedor de billetes, quien entusiasmado le grita ¡le pegaste al “gordo”! mañana vengo por ti tempranito para que lo cobres.
Es inútil decir que esa noche Ernesto no pudo dormir y al día siguiente, luego de cobrar su premio y retirar una importante suma en efectivo, Ernesto estacionó su automóvil recién adquirido frente a la cantina, pasó al interior y con ese aire de suficiencia que da el dinero gritó al cantinero, ¡ cerveza para todos , este día yo pago todo!
--¡ que traes cabrón! Le respondió el de la barra sin voltear siquiera a verlo, con que pagas si te mantienes bien prángana.
--¿Con esto tienes guey? Lo increpó Ernesto mientras arrojaba sobre la superficie de madera un fajo de billetes.
Se volvió el empleado y reparó en el “Look” de su interlocutor. La camisa y pantalón raídos y sucios habían sido sustituidos por una indumentaria vaquera “nuevecita” complementados por unas botas “piteadas” a tono con el cinturón, de reojo, el cantinero vió también los billetes sobre la barra y con una amplia sonrisa dijo: ¡Estamos para servirle patrón!
A partir de ese día Ernesto vivió los tres o cuatro meses mas enajenantes de su vida, no le faltaron amigos ni amigas, cambió por completo su estilo de vida, los dueños de las cantinas lo localizaban donde estuviera…..hasta que el dinero se agotó… y también el automóvil y las joyas ..y todo.
Ernesto regresó a dormir a las afueras de los hospitales, comprando --cuando podía-- uno o dos “cachitos” de lotería, para finalmente morir casi en el abandono sin que la Diosa Fortuna se acordara otra vez de él.

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16/04/2024
Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez



 
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