EL SUELDO
Por: J. M. Rentería
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Los rayos del sol entran por la ventana justo a la cara de Ramón.
Son casi las dos de la tarde del sábado. Ramón abre los ojos. La luz le lastima. Un punzante e intermitente dolor le taladra las sienes. Trata de poner orden a sus ideas. La resaca es espantosa. Las libaciones fueron fueron abundantes y hay que pagar las consecuencias, filosofa aún aturdido. A un lado de la cama, en el piso, está su pantalón. Lo toma y saca su cartera y encuentra un solitario billete de cincuenta pesos. Se mesa los cabellos. Va a la cocina y prepara un café para calmar los nervios.
Un poco antes de las cuatro de la tarde sale de su casa. Ramón vive solo y por ello no hay que rendir cuentas a persona alguna. Se estaciona a las afueras de un bar. Entra y saluda.
--Que onda, como estamos?
--Que hay, como te fue anoche —contesta el cantinero mientras acomoda algunos ceniceros en la barra.
--Bien, me puse medio pedón, a que horas me fui?
--como a las diez—responde el barman sin voltear a verlo – te fuiste con tres camaradas, los otros dos dijeron que ya se iban a sus casas.
--como cuanto gasté aquí? – inquiere Ramón.
--Entre los seis pagaron la cuenta y les tocó de a doscientos cada uno. Ustedes dijeron que iban a seguirla al atorón, dice el barman arrojando un rayo de luz que disipa un poco las tinieblas de la memoria de Ramón.
Sale del lugar y se dirige al sitio indicado. Aparca su auto y se introduce al antro. No hay parroquiano alguno en la barra. Una rubia se entretiene limpiando algunas botellas.
--hola Karla – saluda—que hay?
--Todo quieto, responde la rubita mientras le sonríe maliciosamente. Te pusiste grave anoche.
--Si, acepta Ramón, amanecí gravísimo.
--y como no, si tomaron muchísimo, más que de costumbre.
--Como cuanto gasté? Pregunta.
--estuvieron invitando a unas muchachas y tu pagaste la última cuenta, déjame ver, mmmm, aquí esta, fueron setecientos pesos.
--Sale, nos vemos, se despide Ramón y aborda de nuevo el auto.
Ya al volante, piensa: Seguro fui yo solo a terminarla al Manantial y hacia allá se dirige mientras hace algunas cuentas: 200 y 700, más los cincuenta que traigo son 950, bien.
Llega al manantial, lo mismo, saluda al encargado de la barra.
--Que pasa Angelito –dice con toda la confianza que la da ser cliente frecuente.
--Todo en orden, anoche te fuiste hasta el cierre campeón.
--Me puse super briago, como cuanto gastaría?
--pagaste un poco menos de mil pesos.
Rápidamente Ramón hace cuentas. Una sonrisa le ilumina el rostro cuando piensa: Ahora si, son los dos mil pesos que traía. Todo está bien gastado. ¡pensé que lo había perdido!
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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