IGUALITOS
Por: J. M. Rentería
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Don Arturo De la Fuente es un rico empresario, poseedor de una cadena de tiendas de autoservicio en el norte del país además de varios ranchos agrícolas y ganaderos.
En uno de ellos tiene además una cuadra en la que desfoga una de sus pasiones, la crianza de caballos árabes pura sangre que son su orgullo y presume cada vez que hay oportunidad para ello.
Otra de las caras extravagancias del señor es coleccionar autos y es dueño de más de una veintena que tienen un valor de varios millones de pesos.
En compañía de su amantísima y bella esposa y sus dos hijos –hombre y mujer—ambos estudiantes en uno de los mejores colegios, el exitoso varón vive en una lujosísima y enorme mansión que parece arrancada de las páginas de una revista. Ahí son atendidos por más de una decena de servidores, todos ellos uniformados, que se ocupan de todos los detalles para que los De la Fuente no se preocupen absolutamente por nada.
En el lugar se encuentran todas las mejores cosas que el dinero puede comprar, los muebles fueron traídos de europa, los pisos de mármol de carrara, cristalería Austriaca, y que decir de la ropa que usa la familia, cada seis meses todos ellos van a New York con el único propósito de renovar su guardarropa. Así es el estilo de vida de los De la Fuente. Una existencia totalmente sibarita.
Nico –como todos lo conocen-- es un paria, de aspecto sucio, su cabello y barba muy crecidos y el rostro mugriento le dan un aspecto casi simiesco. No tiene familia y pernocta en las terminales de los autobuses o bien a las afueras de algún hospital o una plaza pública.
El “negro”, como también le dicen es una edad difícil de definir, se alimenta con lo que la gente tira en los depósitos de basura y habitualmente pide limosna a las afueras de las oficinas de gobierno. Sin duda es uno de los miles de olvidados de Dios y la asistencia social de los gobiernos.
Ese día el señor De la Fuente tuvo la necesidad de atender un asunto relacionado con una propiedad recién adquirida. Normalmente el empresario delega esas cosas en su equipo de asesores legales, sin embargo en esa ocación –inusualmente y por cosas del destino— decidió atenderlo personalmente por lo que acudió al Registro Público de la Propiedad.
Elegantemente vestido con traje gris y camisa blanca, un Rolex president en la muñeca izquierda y una esclava de oro en la derecha, el hombre desciende de BMW negro y escuetamente le dice al chofer –ahí vengo, estaciónate—y se encamina al paso peatonal que termina justo a las escaleras del Edificio Lerdo de Tejada.
Don Arturo se incomoda un poco al observar que a su lado camina precisamente Nico, quien se dirige al lugar que cotidianamente ocupa, el segundo de los escalones del mismo edificio. Como siempre, Nico despide un fuerte olor a sudor y orines y su aspecto es sumamente repelente. El perennemente pulcro señor De la Fuente lo ve de reojo, arruga un poco la aristocrática nariz y trata de apresurar el paso. En ese momento se cumple la cita que ambos personajes tenían con la fatalidad. Un autobús de pasajeros los embiste y los arroja de varios metros de distancia. Los dos mueren de manera casi instantánea. Conmoción total en al sitio, alguien, de manera piadosa cubre los cuerpos sin vida.
Ahora en la fría plancha del anfiteatro, el señor De la Fuente y Nico están en espera de las diligencias de ley antes de ser entregados, el primero a su familia y el segundo, seguro será sepultado en calidad de desconocido. En ese momento Arturo dejó de ser el riquísimo magnate de las tiendas de autoservicio, ya no existen para el su cuadra de”pura sangre” y su colección de automóviles. Nico ya no es más el paria mugriento y desagradable. Ambos son ahora solo dos cuerpos totalmente desnudos, como llegaron a este mundo, inexorablemente, unidos por la fatalidad.
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Por: Dr. Fernando A Herrera Martínez |
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